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Marc Llorente

Del laberinto al 30

Puede existir buena disposición para el diálogo con ERC, por parte del PSOE, en el marco constitucional y del Estatut. Pero no parece que el grupo republicano vaya a apartarse de unas exigencias que imposibilitan cualquier entendimiento. No todo vale en una mesa de negociación. Cierto es que hay un conflicto político en Cataluña. Que requiere soluciones sensatas, viables entre todos. Tampoco se pueden poner palos en las ruedas para que el bloqueo interminable siga con rumbo a otras elecciones que a día de hoy no resultan tan extrañas. No salimos de este largometraje para reír por no llorar.

Cuando Sánchez e Iglesias no se abrazaron, Rufián se puso de los nervios y suplicaba el abrazo que ahora se ha producido. Poco importa. Porque ERC entona aquella vieja canción que dice «todos queremos más / y más y más y mucho más». Y así no vamos a ningún sitio. Bueno, sí. A abrir las puertas a los populares y a lo poco que queda de Ciudadanos. O más urnas en favor de la ultraderecha. La investidura de Sánchez es misión imposible mientras el nuevo bloqueo esté en pie, y de nada sirven el preacuerdo y los avances para un Ejecutivo progresista de coalición.

Como el «derecho de autodeterminación» no tiene cabida actualmente, ¿a cuento de qué carga las tintas el Partido Popular exigiendo tantas luces y taquígrafos en las negociaciones, que no se producirán oscuramente con los separatistas? Sánchez no va a saltar ninguna línea roja. Y no es cuestión de hablar de «humillación para España», según dicen, en clave electoral, quienes continúan en plena campaña y no se quieren enterar de que los comicios fueron el 10N. Casado apela a los barones socialistas para que frenen a Sánchez y no se ponga en riesgo el orden constitucional. El aún presidente en funciones no lo hará de ninguna manera. Este orden lo que necesita es progreso y una consolidación firme que brilla por su ausencia. El primer bipartito de la democracia española debería hacerlo si tiene luz verde, cosa que ahora se ve cuesta arriba.

Los profesionales de la sobreactuación catastrofista estarán ovacionando a las huestes de ERC con el fin de que la formación catalana siga el rumbo con su inoperante brújula y favorezca los intereses de estos que aplauden su forma de actuar. Por mucho que Sánchez e Iglesias (como próximo vicepresidente de Asuntos Sociales) acuerden el mestizo programa y la estructura de un futuro Gobierno, está todo en el aire hasta que no se demuestre lo contrario. Así el panorama, los empresarios descorchan botellas antes de Navidad y ruegan a ERC que no cambie de actitud.

Y eso que la estabilidad presupuestaria estaría garantizada con el nuevo Ejecutivo, sin dejar de atender las políticas sociales, dentro de los márgenes financieros, con «subidas de salario razonables» que no minen la competitividad de las empresas y beneficien el desarrollo general de la economía. El abrazo se puede quedar en postureo de cara a que los socialistas (en caso de que la historia siga igual) no aparezcan como culpables de recalar en aguas de la derecha, pese al preacuerdo con UP y para evitar más elecciones.

La formación republicana rebajará tal vez su intransigente teatralización si quiere salir del callejón sin salida, que no es fácil después de subirse a la parra y de haber obtenido el apoyo total de su militancia. Si el sentido común triunfase se podría reanudar la relación entre gobiernos y hablar de transferencias, competencias, financiación, infraestructuras. O del mejor encaje posible de Cataluña en España. No sabemos con qué repercusiones se saldrá del juego de la oca. De momento, del laberinto al 30.

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