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José María de Loma

El palique

Jose María de Loma

Chalecos

Anda uno ahí dudando si ponerse un chaleco de esos que se llevan tanto. Abrigan y no pesan, dicen sus panegiristas. Es de derechas, opina un compañero. Eso lo llevaba mi padre en Guadarrama hace veinte años, no han inventado nada, resalta mi señora. Pues no sé. Se pueden poner debajo de una americana. O ir en camisa y chaleco tan ricamente, protegido del frío. El verde sí es como un poco de conservadores. Fachaleco lo han apodado. El otro día vi a un concejal de IU con uno. Pero era azul. El chaleco, no el concejal.

El chalequismo creo que ha ido penetrando en todas las capas y se ha vuelto transversal. No sé cómo no lo han inventado antes, la verdad. Claro que si lo hubieran inventado antes ya habríamos escrito una columna sobre ellos, esta columna, y hoy no tendríamos sobre lo que escribir. Antaño había algo parecido a estos chalecos y los llamábamos plumas. Coge el pluma, niño. Me he comprado un pluma para la nieve. El pluma, por lo menos el que yo tenía, pesaba más que una arroba de queso, de pluma tenía poco. De plumas era el relleno. Ahora el acolchadito este de los chalecos no sé qué tiene dentro. Y el caso es que le han crecido las mangas. A los chalecos estos de los que hablamos. Y son cazadoritas, abriguitos pero acolchados. Los hay en vivos colores y en muertos colores. Incluso los hay largos, hasta casi los tobillos.

Está uno ahí preocupado por menudencias, la vida, la escritura, el chavea, el curro y el devenir político y resulta que tenemos un fenómeno sociológico en las narices y no nos damos cuenta. Bueno, sí. Sí me doy cuenta, de hecho estoy escribiendo de ello y dudando si adquirir uno. En la tienda de la esquina tienen muchos y están ahí, tentándome, abrigando al maniquí, que seguro que al terminar su jornada laboral se baja del escaparate, se pone un abrigo de paño liso y azul marino, de toda la vida, y se va a casa o de juerga o a la fiesta de los maniquíes, no los toques, por favor.

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