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José María de Loma

No hay lubina

No puedes ponerle a un restaurante el nombre de un pez y que luego ese pez no pueda comerse en ese restaurante. Salvo si el restaurante se llama Chanquete. O «La barracuda». Quizás también «El pez de oro». Aunque esto último, además de ser inexistente, suena a chino. A restaurante chino, quiero decir. El caso es que en La Lubina, afamado restorán de la meseta alabado por la crítica independiente y audaz, no tenían lubina y no parecía ser un asunto coyuntural, es decir, que no practicaban el lubinismo o lubinería nunca. No. Y punto. Señor, no tenemos lubina. Jamás. Hay que huir de un maitre que en su vocabulario tenga la palabra jamás. O sea, jamás debería haber sido maitre, cometido que ahora se llama jefe de sala.

«Vaya, parece que aquí se viene solo a conspirar y no también a comer», dijo uno de mis acompañantes.

Pasado el desagrado/chasco inicial, pedimos una dorada. Tampoco había, así que el chuletón de vaca con guarnición de patatas panaderas y pimiento rojo alcanzó el consenso. Unas gambas de entrante. Y jamón. El consenso entre comensales es más fácil si hay hartazgo pero hambre. Y dos cañas en el estómago. Entre pronósticos sobre la investidura o no de Sánchez e invectivas al nacionalismo, intercambio de décimos de loteria y un debate sobre la última de Vargas Llosa llegamos a los postres como quien desfondado llega a una orilla deseada. Mala playa nos aguardó: el milhoja era industrial y natoso en exceso, con las hojas revenidas, o sea, poco crujientes. El tercer comensal dijo, para colmo, que había visto una hormiga por entre la nata, hormiga golosa y atrevida, sin duda. Pero fue luego, con el jefe de sala, consensuado el hecho de que la tal hormiga era solo un puntito negro del propio dulce y no una hormiga. Y que el punto fue confundido con hormiga a causa de la deficiente vista del avistador hormiguero; deficiente vista que ya le fue diagnosticada por el oftalmólogo más prestigioso de la ciudad, que no solo es un hombre que sabe lo que se hace, sino que además ve lo que se hace, claro. Aunque, bien visto, nunca mejor dicho, un médico de la vista no tiene por qué tener buena vista. A lo mejor ve tu problema ocular mucho mejor con sus gafas. O con el microscopio. Y no a simple vista.

Con los licores vino la discusión sobre las relaciones entre sexos y también se hicieron planes para las Navidades. Fue un almuerzo sin moraleja y grata conversación sin Greta. Con más cambio de humor que climático.

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