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De pared a pared

En estos días han coincidido en la actualidad de las portadas varias noticias sobre arte

Hablaba Heidegger de atrapar el rayo con las manos desnudas, y algo así, quizá, puede aproximarse a definir lo inefable, eso que no se puede terminar de expresar porque no está sujeto a una definición concreta. Hablo del arte, de ese "pensamiento mágico" que tiene nuestra especie y que, parecer ser que desde siempre, desde el inicio, tratamos de hacer tangible como elevada forma de comunicación.

En estos días han coincidido en la actualidad de las portadas varias noticias sobre arte. Una hablaba del descubrimiento de la que se considera la narración más antigua del ser humano, una escena de caza pintada en una cueva de Indonesia hace 44.000 años. Es exactamente el doble de antigua que la cierva de la cueva de Covalanas, en Cantabria.

Yo he subido la empinada cuesta y he llegado con el resuello justo hasta esa gruta humilde, y he aguardado a que mis ojos se acostumbrasen a la penumbra que lo amansa todo. Y al poco, bajo una luz tenue que recordaba aquel invento primero de la primera lámpara de tuétano y mecha, vi cómo todo comenzaba a estremecerse, cómo se movía la sombra de la cierva pintada en la pared hace 20.000 años. Y reconocí los motivos que movieron a quien realizó ese trazo mágicamente humano, porque no me cupo duda de que buscaba trascender, que se vio impulsado (acaso sin saberlo), a atrapar el rayo con las manos desnudas.

El descubrimiento de la escena de caza en Indonesia ha venido a encontrarse con la noticia de que un tal Maurizio Cattelan vendió por 120.000 dólares (108.000 euros) un plátano pegado con cinta aislante a la pared en una feria celebrada en el museo Art Basel de Miami Beach.

De pared a pared, de la cueva a la galería, media un abismo, y no solo de 44.000 años. No hablo de lo conceptual, del mensaje, del trasfondo crítico que pueda existir en un plátano pegado en un pared con un trozo de cinta, pero no encuentro el rayo ni las manos desnudas por ninguna parte, como sí lo encontré en la vieja cierva de Covalanas. No doy con ese arte puro y definitivo, magistral en técnica y emoción, que contenía ya todo el que habría de venir, que lo preguntaba ya todo y todo lo respondía, principio y fin en un solo trazo.

Pero quizás sí haya encontrado un lazo de casualidad en todo esto. He llegado a sospechar que esta casualidad es la forma que tienen los volubles dioses de hacernos saber que, finalmente, nos hemos extraviado.

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