Con relativa frecuencia se menciona la ausencia de un modelo de ciudad como uno de los principales motivos del proceso de deterioro imparable que vive Alicante, algo equivocado. Quienes lo afirman deben pensar que las urbes son como las magdalenas, que crecen en función de los moldes que tengan, cuando en realidad, lo que viene fallando es un buen modelo de gobierno municipal para evitar que Alicante y sus barrios permanezcan como un barco a la deriva y sin rumbo, abandonados a su suerte.

Ese buen modelo de gobierno del que Alicante carece tendría que haber recuperado, hace tiempo, la ciudad como un espacio de derechos: a la vida de calidad para sus vecinos, al cuidado de los barrios y los espacios públicos, a la convivencia, a la vivienda, a la identidad, al respeto del patrimonio urbano, a la participación real, a la regeneración urbana, a la cohesión social y a la convivencia, entre otros muchos.

Por el contrario, el abandono visible que viven buena parte de los 42 barrios y partidas rurales en Alicante evidencia una falta de proyecto político global sobre la ciudad, dejando así que se ensanche una brecha cada vez mayor entre unos barrios y otros. En muchos de ellos el deterioro urbano es imparable, la falta de cohesión social manifiesta, la degradación en su parque de viviendas y en sus escasos espacios públicos insoportable, viviendo actuaciones de carácter marginal que los convierten en territorios en declive, a pesar de tener unas condiciones magníficas para disfrutar de una buena calidad de vida.

Uno de esos barrios abandonados a su suerte desde hace años de la mano de una degradación urbana y social tan visible como imparable es el barrio de San Antón, que ejemplifica a la perfección el proceso de degradación que sufre la ciudad. Este barrio, de casas bajas y nombres de calles que parecen títulos de canciones de Joaquín Sabina, nació en el siglo XVII, situado en un lugar privilegiado, a las faldas del castillo de Santa Bárbara y a escasos minutos del Ayuntamiento. Un barrio de casas bajas, calles estrechas y vecinos que se conocen personalmente, lo más parecido a un pueblo en la ciudad, lleva décadas sufriendo el efecto sistemático de la desidia deliberada por parte de unas autoridades municipales cuya casa consistorial está a pocos cientos de metros, pero que viven de espaldas al barrio. Porque es imposible que nadie que haya paseado por unas calles que parecen cicatrices, repletas de viviendas abandonadas o en un estado deplorable, con más de un centenar de solares vacíos, sin espacios públicos y en un estado de degradación tan evidente, pueda permanecer impasible.

El barrio de San Antón es como un sintagma urbanístico, alrededor del cual se cierra la vertebración de la ciudad pero que permanece abierto en canal. Primero fue la avenida de Jaime II, que seccionó los bordes que lindan con el Castillo, dejando una herida visible de infraviviendas, casas a medio construir y solares desnudos más propios de una zona bombardeada. Posteriormente vino el delirio del alcalde Díaz Alperi, empeñado en construir un Palacio de Congresos en el monte Benacantil que fue parado en seco por los tribunales, pero que alimentó movimientos especulativos sobre un barrio tan bien situado, que acabaron acelerando el abandono cuando la operación especulativa se vino abajo.

Con poco más de dos mil habitantes, San Antón es uno de los barrios más pequeños de la ciudad que se está consumiendo poco a poco. Si en 1997 contaba con 2.358 vecinos, representando únicamente el 0,8% de la población de Alicante, dos décadas después, en 2018, suma 2.208 habitantes, poco más del 0,6% de los vecinos de la ciudad. Todo ello a pesar de que numerosos jóvenes han acudido en busca de viviendas baratas y bien situadas, junto a una forma de vida tranquila cada vez más alterada.

Y frente a ello, una asociación de vecinos dinámica y de nueva generación está reclamando de manera razonada, respetuosa y muy fundamentada que las autoridades dejen de acordarse de San Anton únicamente durante las campañas electorales, pasando a impulsar la revitalización urbana y social que el barrio necesita con urgencia. Sus peticiones, tan sensatas como imprescindibles, son un buen ejemplo del abandono que sufren barrios como este, al solicitar al Ayuntamiento que actúe para evitar la creciente ocupación de viviendas abandonadas por grupos marginales que las utilizan para actividades contrarias a la convivencia, extendiendo por todo el barrio la proliferación de peligrosos enganches ilegales de electricidad que ponen en riesgo a los transeúntes; que se detenga la actuación de grupos especuladores con prácticas agresivas que están tratando de hacerse con viviendas a bajo precio, facilitando la proliferación de pisos turísticos irregulares que están alterando la convivencia de un barrio tranquilo; que se regeneren viviendas, se limpien y vallen los cerca de 150 solares (algunos de ellos del propio Ayuntamiento), focos de suciedad e inmundicia; que se cedan algunos de ellos para actividades vecinales, huertos urbanos y aparcamientos de vecinos; que aumente y mejore la limpieza y haya presencia de una Policía Local que ni está, ni se la espera. Y junto a ello, que se construyan las guarderías, dispensarios y club de la tercera edad prometidos desde 1987.

El barrio de San Antón es toda una metáfora de cómo, sin que el gobierno municipal comprenda, intervenga y trabaje a fondo por los barrios de Alicante, la ciudad no conseguirá despegar.