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Jorge Fauró

Las uvas de la ira

Después de las uvas llegó la ira en víspera de Reyes. A partir de ahí, lejos de aplacarse, la furia desatada por los diputados en el Congreso ha ido extendiéndose como un chorro de lava para incrustarse en las capas más impermeables de la sociedad. Si el pleno de investidura llega a celebrarse antes de Nochebuena, estaríamos hablando ahora de alguna tragedia familiar alrededor de un plato de langostinos. Da todo bastante asco. La actualidad política y los comentarios derivados de ella producen náusea y, en ocasiones, vómito.

Es delirante escuchar en la tribuna del Parlamento a una diputada de ERC decir que la gobernabilidad de España le importa un comino, como si la palabra comino suavizara lo que su cabeza le dictaba en realidad: que España y los españoles le importamos una mierda. Nada la obliga a rebozarse en purines. Puerta.

Puede chocar a alguna de sus señorías que suba al atril un representante de Bildu. Cuánta ignorancia y qué poca memoria histórica, verbigracia el señor Suárez Illana, olvidadizo de los años del plomo en que Jon Idígoras hablaba de los muertos de ETA como si se tratara de mercancía de bazar de los antiguos todo a 100. Y qué piel más fina la del hijo del hombre que legalizó el PCE o estrechó la mano a Pasionaria. Nadie le vio dar la espalda al líder de la ultraderecha mientras vomitaba la arenga más repugnante que se haya entonado en las Cortes Generales. Resulta que el mal endémico de este país son los marroquíes y los afganos. Y las mujeres. Y los comunistas. Así una mentira tras otra, noticia falsa tras noticia falsa, barbaridad tras barbaridad.

O el tono impostado de Ana Oramas, una menos en Canarias, que en la era del whatsapp dice que no tuvo tiempo de avisar a su partido de que cambiaría el voto en la sesión de investidura. O la deslealtad de Podemos, incapaz de resistirse a filtrar nombres del nuevo gobierno en contra de lo acordado con los socialistas. Huelga hablar de Arrimadas. Desde la más absoluta irrelevancia política se ha conjurado para enterrar el proyecto centrista de su histriónico predecesor.

Y queda la ocurrencia de Pedro Sánchez de engordar el Consejo de Ministros con cuatro vicepresidentes, cuatro, una de ellas reconocida opositora a los trasvases, lo que no augura demasiadas esperanzas para esta provincia. A veces entran ganas de encender el televisor, poner Telecinco y olvidarse de todo.

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