uando las tropas norteamericanas dejaron Libia en abril de 2019, las fuerzas del Ejército Nacional libio bajo el mando del general Khalifa Hafter desencadenaron una ofensiva para ocupar Trípoli, la antigua capital de Libia, con los consiguientes enfrentamientos con el llamado gobierno de Consenso Nacional presidido por Faiez Serraj, que controla la parte occidental del país norteafricano. Estos enfrentamientos han tenido lugar en diversas localidades importantes de Libia. El Ejército Nacional libio, de Hafter, tiene un claro poderío aéreo -más de un millar de ataques con drones y caza bombarderos el año pasado-, cuenta con tecnología de precisión, incluida artillería guiada, y el apoyo de mercenarios extranjeros lo que aumenta su capacidad de combate. Esto dice el informe (S/2020/41) que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, presentó al Consejo de Seguridad el pasado 15 de enero.

La evolución de la situación política, económica y de seguridad siguió deteriorándose el año pasado. La ONU lleva contabilizado 284 muertos civiles, 363 heridos y más de 140.000 personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares. La implicación de otros países se ha hecho más patente. El ejército de Hafter cuenta con el apoyo de Egipto, Arabia Saudí, Francia y Rusia tras la salida de EE UU; mientras que el gobierno de Consenso Nacional, reconocido por la ONU, cuenta con el apoyo político de Europa -en su día también de Estados Unidos-, de Italia que llegó a un acuerdo militar para frenar la emigración, mientras boicoteaba la llamada «operación Sophia» de bloqueo naval europeo. Ahora Serraj ha recurrido al apoyo militar de Turquía a cambio de un entendimiento sobre delimitación de las zonas de jurisdicción marítima del Mediterráneo. O lo que es lo mismo, un reparto de los posibles recursos petrolíferos submarinos. Esos memorándums fueron cuestionados por los gobiernos de Chipre, Egipto y Grecia, por la Liga de los Estados Árabes (LEA) que rechazó además la injerencia externa. El memorando cuenta con el apoyo de la Cámara de Diputados de Trípoli -la del gobierno de Consenso Nacional presidido Faiez Serraj- y con la oposición de la Cámara de Diputados de Tobruk que apoyan al general Haftar. A todo esto, hay que sumar la actuación en el sur de Libia del Estado Islámico en el Irak y el Levante (EIIL).

A principios de enero, el presidente ruso Putin y el turco Erdogan se reunieron con los líderes de los dos sectores libios apoyados por ellos con el fin de formalizar el cese de hostilidades, que no fue aceptado por el general Haftar.

El representante especial para Libia del secretario general, con el apoyo de la canciller Angela Merkel, han organizado la pasada semana una cumbre en Berlín. Cuentan con el respaldo de todo el Consejo de Seguridad, el apoyo de la Unión Africana, la Unión Europea, la Liga de Estados Árabes y a la misma asistieron todos los países implicados: Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos de América, Rusia, Francia, Italia, el Reino Unido y Turquía. En la cumbre se acordaron seis pasos, es el llamado «Proceso de Berlín»: primero el cese de hostilidades y el alto el fuego permanente -que, de momento, medio se respeta-, la aplicación del embargo de armas, la reforma del sector de la seguridad, el retorno al proceso político -de unificación-, la reforma económica y el respeto del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos.

A la reunión acudió la presidenta de la UE y Josep Borrell, como ministro Asuntos Exteriores de la Unión, allí declaró: «Hace seis meses los turcos y los rusos no eran relevantes en el Mediterráneo central, y ahora lo son; los europeos deberían tener una voz importante en el Mediterráneo central, si no la tenemos allí, ¿entonces dónde? ¿Y la UE quiere de verdad ser un actor internacional?». Tanto Borrell como la canciller Merkel, y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, pretenden asegurar que se cumple el embargo de armas a Libia establecido por Naciones Unidas en 2011. Incluso renovando la «operación naval Sophia» de bloqueo de los accesos por el Mediterráneo. Como dijo Merkel: «Necesitamos un alto el fuego que pueda controlarse antes de decidir las medidas apropiadas para garantizarlo de un modo más estricto que antes», incluso -han insinuado- enviando la Unión Europea una misión militar a Libia para controlar el alto el fuego. En su momento, con Obama, la Unión Europea no fue capaz, veremos si ahora «quiere de verdad ser un actor internacional».