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El caso es no sufrir

Como era previsible, el inicio de la tramitación de la ley de Eutanasia en el Congreso de los Diputados resultó bronco y desagradable. Y abundante en argumentos delirantes. El diputado del PP Ignacio Echániz dijo que el objetivo último de la norma trata de evitar el coste social que supone el envejecimiento en España (y por tanto el creciente gasto en pensiones, atención sanitaria y dependencia) por el expeditivo método de anticipar la muerte de los enfermos. El líder máximo de Vox, Santiago Abascal, aún fue más allá en sus apreciaciones al manifestar que lo que se pretende es convertir al Estado en «una máquina de matar». Vamos, en algo parecido a lo que hicieron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial con los millones de personas recluidas en los campos de exterminio.

Mientras eso ocurría en el interior del Congreso, en el exterior se desarrollaba una manifestación con pancartas en las que podía leerse «Médicos sí, verdugos no. Stop eutanasia». Y no fueron menos beligerantes algunas cadenas de radio, entre otras la de titularidad obispal. Desde uno de esos minaretes radiofónicos, un excitado locutor intentaba recordar a la audiencia el caso del fallecido doctor Montes, jefe de servicio de cuidados paliativos en el hospital de Leganés, al que le llegó a atribuir el «asesinato» de pacientes para liberar camas. La campaña de desprestigio contra el doctor Montes y su equipo es uno de los episodios más repugnantes de la recobrada democracia española y debería avergonzar a quienes la protagonizaron con el objetivo inocultable de deteriorar la imagen de la sanidad pública. Todo esto ocurría hace años bajo el mandato en la Comunidad Autónoma madrileña de doña Esperanza Aguirre y sus corruptos cachorros ultraliberales. Por cierto que, la mayoría de ellos aún tiene cuentas pendientes con la justicia.

Nada hace prever que al tercer intento la Ley de Eutanasia no salga adelante. Cuenta con el apoyo de una amplia mayoría parlamentaria y, según una encuesta del CIS, con el respaldo del 70% de la ciudadanía. Por otra parte, es una norma que obliga a una tramitación minuciosa a partir de la libre expresión de voluntad del enfermo, debe de respetar la objeción de conciencia de los médicos y está sometida a buen número de controles, desde el informe preceptivo de dos médicos hasta una comisión de evaluación en la que también participarán juristas. Menospreciar la existencia de todas esas garantías a la hora de abordar un trance vital tan doloroso parece una postura política cerril de la derecha. Como pasó con el divorcio, el aborto y el matrimonio homosexual, no pocos de sus militantes acabaran haciendo uso de ese derecho. En un debate sobre la eutanasia al que asistí hace años, un coloquiante que no era partidario de ella argumentó que en el trance de la muerte había que sufrir como había hecho Jesucristo. Otro le contestó en seguida. «Si yo tuviera sus superpoderes no me importaría. Él podía hacer milagros, andar sobre las aguas, resucitar a los muertos y ascender a los cielos. Si yo tuviera esas capacidades no me importaría. Pero no es el caso. Se trata de no sufrir a la hora de palmarla».

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