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Joaquín Rábago

No todo el monte es orégano

Decidida siempre a aprovechar cualquier oportunidad de negocio, la industria alimentaria se ha subido a la última ola: la de la comida para veganos.

Es cada vez más fácil encontrar en el supermercado hamburguesas que simulan ser de carne como las tradicionales y que tienen incluso un sabor parecido, pero están hechas con productos vegetales.

En Alemania, por ejemplo, las ventas de esos sucedáneos cárnicos se han cuadruplicado en sólo ocho años y la cifra total de negocios alcanza actualmente los 180 millones de euros.

Y atrae a los ricos y famosos: así, el fundador de Microsoft, Bill Gates, y el actor Leonardo de Caprio, han invertido en alguna de las nuevas empresas dedicadas a un sector hasta hace poco casi marginal como la californiana Beyond Meat.

La consultora A.T. Kearney vaticina que para el año 2030, las alternativas a la carne podrían llegar a hacerse hasta con el 30 por ciento del mercado de los productos antes derivados de animales.

El problema es que muchos de esos sucedáneos son en realidad alimentos altamente procesados que en lugar de acercar al consumidor al mundo natural, como parece creer muchos, le alejan del mismo.

El tabloide alemán Bild pidió recientemente a un nutricionista de Hamburgo que examinase algunos de esos productos y el experto llegó a la conclusión de que eran incluso menos saludables que los que pretendían suplantar.

"Algunos parecían salir directamente de la retorta. Contenían demasiada grasa, demasiado aceite de coco refinado. Son como productos de laboratorio", señaló aquél al periódico.

Resulta además significativo que muchos de los productos veganos que uno encuentra en los supermercados alemanes, y es fácil imaginarse también que en los de otros países, proceden de empresas dedicadas también a la carne.

Así, según cuenta el semanario Der Spiegel, una de las principales cadenas alemanas de supermercados, con fuerte presencia internacional, ofrece hamburguesas veganas fabricadas por una carnicería bávara.

Y la firma californiana Beyond Meat (Más allá de la carne), suministra sus productos a la cadena de comida rápida Kentucky Fried Chicken y colabora, por ejemplo, en Alemania con un conocido fabricante de carne de pollo.

Der Spiegel encargó a un laboratorio germano que analizara las substancias integrantes de una hamburguesa fabricada por Beyond Meat y descubrió que contenía, por ejemplo, un saborizante artificial conocido como "grillin" y que da al producto un cierto sabor a parrilla.

Ocurre, sin embargo, que ese saborizante, de procedencia estadounidense y obtenido a base de aceite de girasol oxidado térmicamente no está por encima de toda sospecha, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, pese a lo cual no ha sido aún prohibido aquí.

Existe en efecto la sospecha de que algunos de los aromas artificiales utilizados en la producción de alimentos son potencialmente cancerígenos.

Ocurre, por otro lado, que la dieta vegana es rica en maíz y cereales, frutos de un sistema de producción industrial que utiliza todo tipo de fertilizantes, fungicidas y pesticidas, algo que muchas veces olvidan quienes proponen ese tipo de alimentación.

La soja de producción industrial es lo que se conoce como monocultivo, un tipo de cultivo especialmente peligroso porque, al plantarse en el mismo lugar año tras año, termina generando agotamiento y erosión del suelo, lo que incrementa la vulnerabilidad a las hambrunas.

No se trata ni mucho menos de disuadir a los veganos, y mucho menos a los vegetarianos en general - la ganadería industrial está destruyendo el planeta- sino de advertirles de que no todo el monte es orégano.

Algunos de los productos utilizados en la dieta vegana pueden tener un impacto medioambiental mayor que los que suplantan. Y además, como se preguntaba alguien, ¿queremos vivir en un mundo en el que todo lo que llegue a nuestros platos esté bajo patente?

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