Queridos alicantinos, soy Florentino Elizaicin y no todos los días se siente uno como yo hoy. Porque no es frecuente el poder contaros una historia como esta, tan real como gozosa. Pero, sobre todo, su infrecuencia viene dada por su localización: Se da en nuestra querida Alicante. A dos pasos del teatro Principal, custodiado en una casa moderna, con instalaciones casi futuristas, vive alguien que bien merece una visita para compartir su historia: Don Biblio.

Vive en la calle Bailén, en la sede de los notarios. Le han construido una casa moderna y acristalada, a él, que amontona tantos años como páginas. Es un tipo aparentemente pequeño, no tendrá más de 30 centímetros, sin edad, alguien que pasaría desapercibido, como seguramente es su interés. Pero? cuando ingresas en su casa las sensaciones se agolpan para los amantes de los libros como le sucede en la galería de Los Uffizi a cualquier persona con ojos en la cara.

El reino de don Biblio es la biblioteca de los libros felices. Su asistente, un renacentista que se da un aire al Robin Williams del club de los poetas muertos, lo homenajea continuamente en las páginas de los libros que le dan cobijo. Porque en ese lugar descansan, ciertamente felices, miles de joyas de la historia del saber. Desde una Biblia de Gutenberg -facsímil, se apresura a aclarar- toda la obra de Cicerón, los ochenta y tantos volúmenes de la Enciclopedia, los velorcios en los que los estudiantes de medicina estudiaban hace siglo y medio, decenas de incunables conservados como si el tiempo se hubiese detenido...

Realmente, entre aquellos modernos anaqueles y los libros sin edad, el tiempo se detiene. Y de la mano del hombre renacentista, aparece la Inquisición, recubierta de la pátina de respetabilidad que otorgan las cubiertas de piel. Y vamos descubriendo los porqués de esa actividad humana que alguien inició cuando tomó una pluma de ave, que difundió el bueno de Gutenberg con sus planchas y sus tipos, que siguieron tantos y tantos impresores, editores, escritores? esa subespecie humana empeñada en transmitir el conocimiento, desafiando al tiempo, a la oscuridad y a los prejuicios.

Precisamente los prejuicios desaparecen al entrar en la biblioteca de los libros felices. Porque allí cohabitan las actas de las penas de muerte holandesas con la enciclopedia; los requerimientos de la Inquisición con las lecciones de Anatomía; el legado de Aristóteles con las oraciones de S anta Teresa y las obras de Lutero. ¿Puede haber mejor ejemplo de tolerancia?

Sentado hojeando aquellos tesoros, acariciándolos -porque el bueno de Robin Williams permite que se acaricien sus tesoros; con moderación, desde luego- uno se traslada a una calle medieval, a una iglesia renacentista, a la Hispania anterior a los Reyes Católicos, al tiempo en el que Jaime II ejerció de legislador o a una vieja librería inglesa donde los libros desaparecen por culpa de los milagros de San Vicente Ferrer.

Créanme, alicantinos, si les digo que pasar un par de horas en la biblioteca de los libros felices, oliendo a libro, escuchando a Mozart y a Debussy, acariciando portadas que acumulan siglos como nuestros políticos embustes, es una experiencia que renueva la confianza en el ser humano.

Porque si, como especie, hemos sido capaces de acumular tanto conocimiento, si hemos logrado transmitirlo desde Cicerón, Aristóteles, Diderot o Gutenberg, si en las páginas de los libros aun hallamos placer o miedo, angustia o ilusión, seguramente los humanos aun tenemos futuro.

Un tataranieto mío, al que le gusta juntar palabras con acierto y éxito desiguales, escribió una vez que los libros hacen cultos a los hombres y solo los hombres cultos pueden hacer grande a un país. Creo que hay muchas personas, singularmente algunos políticos, que no lo comparten. Pero eso, a él, a don Biblio y a Robin Williams les trae sin cuidado.

Persiste, don Biblio. No envejezcas, mantente tan activo para las generaciones futuras de alicantinos -en neutro, y eso incluye a las alicantinas, ¡por favor!- y sigue trasmitiendo esa pasión bibliófila que solo Robin Williams sabe interpretar y que el resto de los alicantinos tenemos la inmensa suerte de poder disfrutar.