Hace apenas unos días, el 23 de febrero de 1981, se cumplía una efeméride que nunca debió producirse. Hoy posiblemente solo se recuerde como «23 F» el intento de golpe de estado, con la irrupción violenta en el Congreso de los Diputados en el momento de la votación para presidente de Leopoldo Calvo Sotelo por la dimisión inesperada del presidente Adolfo Suárez.

No creo, sin embargo, se recuerde el caldo de cultivo golpista que se estaba cociendo en algunos estamentos del Ejército. El terrorismo, la legalización del Partido Comunista, la reforma fiscal, el reconocimiento de los sindicatos y otros factores iba a producir la dimisión del vicepresidente para Asuntos de la Defensa, teniente general Santiago. La legalización del partido comunista, Sábado Santo de 1977, producirá una nota del Consejo Superior del Ejército por unanimidad. De ella destacamos que: «Debe informarse al Gobierno de que el Ejército, unánimemente unido, considera obligación indeclinable defender la unidad de la patria, su bandera la integridad de las instituciones monárquicas y en buen nombre de las Fuerzas Armadas».

Franco había muerto. El Rey don Juan Carlos era el Jefe del Estado y había nombrado a Adolfo Suárez presidente del Gobierno. Fue una obra maestra de ingeniería política y sentido común. Entre el Rey y Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes, que con su lema «de la ley a la ley» consiguieron el inicio de la modélica y envidiada Transición española. Pacíficamente se pasó de una dictadura, nacida como vencedora de una fratricida guerra civil, a la democracia que disfrutamos. Progreso, sin duda debido a la incuestionable alternancia en el gobierno. Durante más de cuarenta años, gracias a aquellos diputados elegidos en las primeras elecciones democráticas, experimentadas personas de ambos bandos de la contienda, con un grupo de jóvenes diputados nacidos en el fragor de la misma, que se propusieron terminar para siempre con las dos Españas, unidos con una enorme ilusión y un propósito de convivencia compartido, iban a escribir línea a línea sobre folios en blanco, una Constitución cuyo propósito lo leemos en la primera línea de su Preámbulo: «Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución».

La escalada de un terrorismo asesino que acaba con la vida del general Constantino Ortiz, gobernador militar de Madrid, va a caldear el caldo de cultivo. Gutiérrez Mellado intenta en varias visitas evitar una posible nueva guerra civil. En noviembre de 1978, en Cartagena, explicará ante más de doscientos generales las bondades de la Constitución española. Es interpelado por el general Atarés Peña. Esa misma noche se descubre en Madrid la «Operación Galaxia», que pretendían ocupar la Moncloa con el gobierno en pleno. Los protagonistas: el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina y el capitán de Infantería Ricardo Sáez de Inestrillas.

Hace 39 años, el 23 F, el mismo teniente coronel Antonio Tejero con un número importante de guardias civiles van a intentar secuestrar, en plenas votaciones, a todos los diputados. Irrumpen, metralletas y pistolas en mano, en el Congreso de los Diputados un número importante de guardias civiles, al mando del teniente Coronel Tejero. Acallan los rumores de los diputados con una ráfaga de metralleta. Se conservan los impactos de las balas en el techo del hemiciclo.

León Tolstói empieza la primera línea de su grandiosa obra Anna Karenina diciendo: «Todas las familias felices se parecen, pero cada familia desdichada tiene un motivo especial para sentirse desgraciada».

Desde las primeras elecciones democráticas hasta la ratificación de la Constitución por el pueblo español en referéndum de 6 de diciembre de 1978. Los diputados elegidos en las primeras elecciones democráticas nos parecíamos. Todos queríamos que a ningún españolito que naciera nunca se le helara el corazón. Esa generación de diputados era una familia feliz cuando el pueblo español, mayoritariamente, ratifica nuestra Carta Magna, que aprobaron Congreso y Senado, el 31 de octubre de 1978. Habíamos creado un instrumento legislativo de una fortaleza indestructible e incuestionable. El 23 F se iba a poner a prueba el enorme esfuerzo hecho por todos los partidos. PC, PSOE, UCD, y AP, entre otros, tuvieron un paladino protagonismo. La aportación del Partido Comunista al aceptar bandera, himno, y monarquía iban a ser las últimas puntadas con hilo de acero que cerraron la Constitución. La felicidad era compartida.

Y en aquel 23 F, la Constitución resistió y demostró su enorme poder. Se puso en marcha el Título II de la Constitución. El Rey don Juan Carlos I que, como establece el artículo 56 de la Constitución, era «el Jefe de Estado, símbolo de su unidad y permanencia» y así mismo le corresponde -artículo 62- «el mando supremo de las Fuerzas Armadas», no dudó en defender la unidad y permanencia del Estado y ejercer las funciones que le atribuye expresamente la Constitución. Y el Ejército le obedeció. Y golpe fracasó. Y se produjo el progreso de España en una convivencia pacífica y alternancia en el poder, con distintos presidentes, a los dos partidos mayoritarios que ha llevado a España, como dice una canción inglesa, «tan alta como el sol».

Hoy no podemos desconocer que hay muchas familias que aman a España como nación unida desdichadas, que tienen un motivo especial para sentirse desgraciadas. No por la existencia de un Gobierno de coalición con el PC, que es constitucional; pero si por haber abierto una vía a la independencia en Cataluña, anticonstitucional, que ni la mayoría de los catalanes quieren, y entreabrir otra en el del País Vasco. Y ello por un conjunto de pequeñas minorías que por separadas carecen de fuerza y representación. Nos sentimos desgraciados porque el intento fallido independentista de los hoy condenados por sedición solo ha sido otra nueva «Operación Galaxia», previa a una nuevo intento independentista de más calado y apoyos espurios.

Mi confianza y la millones de españoles es total en nuestro Rey Felipe VI, en el Jefe del Estado. Son días para reflexionar. Si «solo el pueblo salva al pueblo», decía Maritain, los que creemos en la fortaleza de la Constitución y nos creemos pueblo soberano, preparémonos para recuperar la felicidad familiar perdida.