La Batalla de Inglaterra enfrentó a las aviaciones del Reino Unido (RAF) y de la Alemania Nazi (Luftwaffe) entre julio y octubre de 1940, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Dicha batalla supuso la primera victoria de los británicos sobre los nazis gracias a los errores tácticos del cabo con bigote Adolfo Hitler, las fanfarronadas del morfinómano Göring y, sobre todo, merced al valiente e impagable sacrificio de los pilotos de la RAF. En su honor Winston Churchill pronunció la frase: «Nunca, en el terreno del conflicto humano, tantos debieron tanto a tan pocos», que, lejos de resultar un trabalenguas, fue una definición de filosofía entre buenos y malos. Y como estamos con Churchill, sus trabalenguas bélicos, la Segunda Guerra Mundial y los buenos y malos, viene al caso otra frase del «león británico» pronunciada durante el almuerzo en el Día del Alcalde Mayor de Londres, en la Mansion House, el 9 de noviembre de 1942, tras la victoria aliada de El Alamein: «Esto no es el final, ni siquiera el principio del fin, pero quizás sea el final del principio». ¿Seguimos con las guerras, los trabalenguas, los buenos y los malos? Seguimos, Sir Winston.

Que la sociedad española de estos últimos quince o veinte años está en eterno conflicto consigo misma; cainitamente enfrentada sin que existan graves motivos para ello; profundamente insolidaria entre los españoles al tiempo de presumir de una solidaridad universal, sin fronteras, para quienes vienen de fuera; peligrosamente dividida asomándose a un abismo del que solo se pueden esperar fatales consecuencias; y alimentada por unos furibundos e irracionales odios inimaginables años atrás; todo eso, digo, es algo constatable con tan solo leer unos cuantos periódicos, ver algunas cadenas de televisión, escuchar diversas emisoras de radio; o asistir a los bochornosos debates de nuestros políticos y políticas en las sedes de representación democrática. ¿Está justificado ese grado de frustración, de enfrentamiento colectivo, de insolidaridad entre regiones, de odio visceral, de vuelta a los viejos demonios que asolaron la peor España? ¿Tanto malo debemos tantos españoles a tan pocos? Sí, mis consternados lector y lectora, sí; entre otros factores, por culpa de unos cuantos líderes y líderas políticos de una mediocridad tan obscena que revuelve el intelecto; de una ambición tan vergonzosa que provoca sonrojo; de una simpleza tan pedestre que cuesta creer que paletos y paletas de esa condición nos hayan llevado donde estamos.

Pero no crean que estos «Iluminatis» buscan el bien común, lo mejor para la sociedad, la defensa de los derechos ciudadanos, no. Esas suelen ser sus soflamas públicas, su tarjeta de presentación. En realidad, aunque ladinamente enmascarado, solo buscan su propio beneficio, satisfacer sus ambiciones personales, subir a lo más alto en la escalera de la codicia, sea económica -las más de las veces-, profesional, política, social, académica, sindical o todas combinadas de la mejor forma posible a sus intereses. De ahí que no tengan piedad a la hora de sacrificar personas, ideas, causas justas o ideología política; lo que ayer era blanco hoy puede ser gris y mañana negro.

Uno de los campeones del mundo de fondo en carretera política, de maratones de la permanencia en los cargos, de mutaciones ideológicas a la carta (en el sentido inverso a la máxima «lampedusiana», esto es: que nada cambie en apariencia para que todo cambie a mi favor), el intelectual laudita Alberto Garzón, no solo ha conseguido en su perestroika vida política acabar con el Partido Comunista, es que además fulmina con fuego a quien ose cuestionar su liderazgo, su estructura orgánica, sus mutantes principios o su aburguesada vida ideológica, muy en la línea del ultra izquierdista Pablo Iglesias. Ahora, una vez aferrado con burguesa pasión y sicalíptico placer al sillón de ministro del Reino de España (no de la Tercera República), ni se le puede toser.

Si no me creen, pregúntenle, en voz baja, a la histórica octogenaria del feminismo patrio Lidia Falcón -que en 1975, cuando a Garzón, este, no el otro, le faltaban 10 añitos para nacer, fundó el Partido Feminista de España (PFE por sus siglas en español)-, pregúntenle, digo, por qué su partido ha sido expulsado fulminantemente de Izquierda Unida (IU por sus siglas en español). Muy fácil. Todo se debe a que Lidia y su Partido Feminista se oponen a las leyes transgénero y a las medidas en ellas contempladas, que, según Falcón «están organizadas por el lobby gay y sus acólitos», recogía El País. ¿Qué dice el feminismo talibán al respecto? ¿Es Lidia Falcón feminista o es transmoboba? ¿Ya no es Lidia nuestra Lidia de toda la vida? ¿Por qué las prisas de Garzón en expulsar al Partido Feminista? No se extrañen. Hace unos días leíamos en La Razón que la candidata del partido de extrema izquierda Unidas Podemos en las pasadas elecciones europeas, Nora Baños, afirmaba en una entrevista realizada por la activista trans Tina Reci, que el Islam es «feminista» y además inventó la Seguridad Social. Todo eso se lo decía Nora a Tina sin que a Nora se le cayera el velo de la cabeza. «¿Desde cuándo votáis en España?... En el Islam tenemos derecho a voto [las mujeres] hace 1.500 años», proclamaba con el velo puesto Nora. ¿Qué dice el feminismo talibán -con y sin velo- al respecto? ¿Dónde quedan aparcados los principios?

Ante estos marxistas (de Groucho) principios que relato; frente a estos descarados oxímoron que acaban de leer; conociendo que Garzón (éste, no el otro) es ministro de una monarquía y que el ultra izquierdista Pablo Iglesias (éste, no el otro) y su pareja Irene Montero son ministros y ministras en el mismo gobierno mientras discuten de los principios en su holgado chalet; conociendo todo ello (y más cosas que no caben en el artículo porque vengo de la consulta del proctólogo mental para que extirpe de mi intelecto los agujeros negros de tanta distopía), llega la pregunta transcendental: ¿será este el final, o quizás el principio del final, o puede que nos encontremos definitivamente ante el final de los principios? ¿Qué piensas tú, Churchill? ¿Y ustedes dos? Yo juego con ventaja: sé la respuesta. A más ver.