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Semana y media

Andrés Castaño

Conversaciones entre la histeria del coronavirus

Lunes

Sincronía

«Quienes pensaran que iban a encontrarse otra cosa van a tener que hacerse a la idea de que aquí hay un Gobierno fuerte y unido que no va a regalar ni medio flanco de ataque a la oposición de ultraderecha y de la ultra-ultraderecha». Pablo Iglesias maneja con soltura esta retórica de barricada que parece haber contaminado algunos libros de estilo que ahora adjetivan como «radicales» a Mayor Oreja y Casado y como «progresistas» a Junqueras y Otegui. Todo esto es fascinantemente camaleónico, pero también superfluo: tres días después de santificar la cohesión gubernamental, el secretario de Estado del vicepresidente Iglesias recibía en su despacho a una representante de la República Saharaui y nuestra sorprendida ministra de Asuntos Exteriores tenía que disculparse ante el Gobierno marroquí. El punto de vista marroquí tiene la lógica inapelable de que no reconoce un Sahara independiente y el punto de vista español tiene la lógica estrábica de que tampoco lo reconoce, aunque la composición del Gobierno nos expone a bochornos provocados por esos niños traviesos que siempre rompen algo cuando los llevan de visita. Un Gobierno «fuerte y unido».

Martes

La temperatura

El «crack» gripal de las Bolsas indica que basta el anuncio de que el coronavirus es ya una pandemia para que los gestores de los fondos de inversión comiencen a tiritar no de fiebre, sino por la tormenta inminente de balanzas comerciales descoyuntadas, aseguradoras que afrontan riesgos imprevistos, pólizas bancarias pendientes del hallazgo de una vacuna y multinacionales que deben buscar nuevos proveedores. Ahora bien, el pánico económico es consecuencia en buena medida del pánico colectivo a cualquier enfermedad, que en una sociedad sensible a bulos, supercherías y falacias se agiganta en cuanto comienzan a desfilar charlatanes por los platós. Antes de que uno de ellos aparezca en pantalla con una mascarilla, habla el director del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias: «No tiene sentido que las personas sanas usen mascarilla». Es sólo un ejemplo ostentoso de histeria obsesiva y no el más descabellado precisamente: la OMS ha desmentido que los secadores de manos y la orina infantil maten el coronavirus. Imagino a una legión de cretinos lavándose las manos con los pañales del crío y secándose el pipí con un ventilador.

Miércoles

Ensayo y error

A propósito del coronavirus, no sé si es una licencia cinematográfica descabellada la imagen del microbiólogo que se inocula un virus para comprobar de primera mano sus efectos. El progreso científico recorre sendas tortuosas muchas veces y otras viaja a ninguna parte, pero siempre es osado. Acabo de leer que el aventurero Mark Hughes ha muerto al estrellarse con un cohete casero con el que pretendía demostrar que la Tierra es plana. Me pregunto si no existía un medio más saludable de confirmar una estupidez y esto necesariamente me conduce al rey sueco Gustavo Adolfo. El rey estaba convencido de la malignidad del café y pretendió demostrarlo obligando a un recluso a ingerirlo diariamente mientras que su compañero de celda debía seguir dieta de té. El médico de la corte vigilaría la evolución de ambos pacientes con la previsión de que la salud del primero se deterioraría antes que la del segundo. Bien, en primer lugar murió el médico, le siguió el consumidor de té, a continuación el rey fue asesinado ¡en el Café-Opera de Estocolmo! Y, por último, el cafeinómano expiró plácidamente en su celda a los ochenta años.

Jueves

Charada

La expresión «encuentro en la cumbre» comenzó a utilizarse durante la II Guerra Mundial para aludir a los cónclaves de Roosevelt, Stalin y Churchill. Después se sintetizó en «cumbre» a secas y el diccionario recoge esta acepción tras la original de «cima». Me resulta irresistible el juego de palabras con «sima» cuando contemplo el paseíllo de Torra por los jardines de Moncloa y el delicioso detalle de que uno de los negociadores de la Generalitat ha acudido con una agenda similar a la que la Guardia Civil le incautó con anotaciones sobre el 1-O. Bien, la única decisión confesable que han adoptado los participantes en la «cumbre» de Moncloa es deslumbrante: reunirse todos los meses con un orden del día. Y hasta la próxima. Las sonrisas protocolarias pero también cómplices confirman que el político de dedicación plena heredó la Tierra en el siglo XX sin que el caudal haya menguado en el XXI. No es un mal sistema (de hecho, es preferible al amateurismo populista o a la tecnocracia que prescinde de la opinión pública), siempre que venga acompañado de aptitud, honradez y espíritu de servicio.

Viernes

El problema de la solución

La reunión entre el Gobierno y la Generalitat sólo es noticia porque uno de los cancerberos de la ley ha aceptado escenificar las negociaciones con los testaferros de unos forajidos. La temeridad del aprendiz de brujo no reside en el hecho, que se produciría con cualquier gobierno diga lo que diga Casado, sino en la deliberada falta de discreción. Conviene recordar que este tiberio arrancó cuando Maragall descubrió que siempre había sido más nacionalista que el tamborcillo de El Bruch, Rodríguez Zapatero hizo suya la causa durante uno de sus episodios de zascandil visionario y Mas temió perder definitivamente las llaves del reino si no elevaba la apuesta. Añádase una concienzuda campaña de «agitprop» desde los medios públicos y la incontestable evidencia de que la Generalitat no podía pagar ni las aspirinas porque había dilapidado lo que no había sisado. Ahora es inútil mortificarse y sólo cabe fantasear acerca de qué puede ofrecer el Gobierno y qué están dispuestos a aceptar los emisarios de Puigdemont, el pulso entre un nuevo estatuto con financiación a la vasca y un referéndum de autodeterminación maquillado como una geisha.

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