Como muchos políticos de la Comunidad Valenciana, la consellera de Sanidad procede de la inagotable cantera de la fiesta. Ana Barceló, la mujer que ha tenido que justificar la suspensión de las Fallas por el coronavirus, dio sus primeros pasos en la cosa institucional como presidenta de la Mayordomía de San Blas, entidad festera que organiza los Moros y Cristianos de su localidad natal, Sax. Desde allí, saltó a la Alcaldía, ocupando el cargo durante dos legislaturas. Tras su experiencia en la administración local pasa al parlamento autonómico, en donde se labra una fama de diputada con una gran capacidad de trabajo. Abogada de profesión, durante la etapa en la que el PSPV estaba en la oposición coordina las actuaciones de los socialistas en destacados casos de corrupción del PP y también juega un papel muy destacado en la comisión sobre el accidente del Metro de Valencia. Tras la llegada del Botànic, se convierte en portavoz adjunta del grupo parlamentario y es considerada uno de los principales apoyos de Manolo Mata. Situada en su día en la órbita de Leire Pajín, ocupó diferentes cargos orgánicos en el partido con su visto bueno. Luego se alejó para simpatizar con el sector de afines a Ángel Franco. El apoyo de ese grupo del PSPV a Ximo Puig la coloca en el área de personas de confianza del presidente de la Generalitat.

De una forma accidental, pasa de las bambalinas a la primera fila de la política autonómica. La marcha a Madrid de la consellera Carmen Montón como ministra en 2018, la coloca al frente del departamento de Sanidad, el de mayor presupuesto de la Generalitat. Su nombramiento rompe todas las quinielas, ya que se quedan por el camino nombres de dirigentes con una amplia hoja de servicios en gestión sanitaria. Las crónicas de la época coinciden en señalar que a la hora de decantarse por Ana Barceló, Ximo Puig ha primado su sólido perfil político sobre su falta de experiencia en temas sanitarios. El presidente le ratifica su apoyo y confirma que no ha sido una solución de circunstancias al mantenerla con las mismas competencias en la segunda edición del Botànic.

Aterriza en la Conselleria con una misión clara: avanzar en el proceso de rescate de las infraestructuras sanitarias privatizadas por el PP. El primer objetivo son las reversiones de las áreas de salud de Alzira -ya resuelta- y Dénia, una promesa del presidente Puig que se quedó sin cumplir en la primera legislatura del Botànic. Ana Barceló deberá utilizar todas sus habilidades políticas para desatascar una situación muy complicada: por una parte, están las dificultades para llegar a un acuerdo para la compra de las acciones de una de las concesionarias y por la otra, la presión constante de los vecinos y de los ayuntamientos de la Marina Alta. El otro frente de conflicto está en las listas de espera. Los graves problemas de atención sanitaria generados por la falta de personal o por defectos organizativos convierten a Ana Barceló en uno de los objetivos preferentes del PP, que mantiene ataques constantes y que incluso llega a pedir su dimisión.

Y en esas estábamos, hasta que llegó el huracán del coronavirus. Las agendas saltan por los aires tras la aparición de este visitante inesperado, que ha puesto todos los focos de la atención pública sobre la Conselleria de Sanidad. Al negociado que dirige Ana Barceló le corresponde la compleja tarea de luchar contra este imprevisible problema de salud pública, que ha obligado a las autoridades de todo el mundo a improvisar soluciones sobre la marcha y a montar en cuestión de horas dispositivos de control, que en condiciones normales habrían tardado meses en desplegarse. Sobre los hombros de la consellera recae, además, otra gran responsabilidad: mantener una cierta normalidad en el sistema público sanitario valenciano, que podría verse desbordado por una epidemia que está generando en estos momentos un estado cercano a la histeria colectiva. A lo largo de los próximos meses, Barceló estará sometida al más duro de los escrutinios y se la juzgará por lo que haga y también por lo que no haga.

Si el volumen de trabajo técnico es inmenso, la crisis del coronavirus también viene acompañada por una espinosa derivada política. La aplicación de los drásticos planes preventivos sobre las diferentes situaciones de riesgo ha dado lugar a situaciones tan traumáticas como la suspensión de las intocables Fallas de València. El calendario inexorable colocará en las próximas semanas a la consellera ante nuevos escenarios igualmente complejos: desde la Semana Santa a los festejos de innumerables de pueblos y ciudades. Conjugar la defensa de la salud de los ciudadanos con unas manifestaciones festivas que mueven pasiones y millones de euros es un ejercicio de altísimo riesgo político. Las unanimidades políticas que acompañan estos días a las decisiones de la Generalitat pueden desaparecer en cuestión de segundos, si se comete el error más mínimo. En ese caso, todas las miradas se volverán hacia Ana Barceló y los ataques serán implacables.