La voz de Carla denotaba agobio a primera hora de la mañana. Tabarquina de pura cepa, vive en la isla junto a su madre y su hermana, compartiendo suelo con medio centenar de habitantes. La novedad era que a esa hora y desde el sábado estaban incomunicadas, sin barco que entrara o saliera de Tabarca. Al mismo tiempo, la ausencia de información elevaba el nivel de angustia. En el caso de Carla había otros factores que sumar a la inquietud: Fina, su madre, tiene 92 años y está sometida a un tratamiento crónico, mientras que su hermana, Rafaela, es hipertensa. Ambas requieren medicación puntual y necesitaban reponer medicamentos, pero a esa hora seguían sin saber ni dónde ni cómo ni cuándo.

Juan Luis, otro habitante jubilado de Tabarca, caminaba en la misma dirección. El coronavirus había vuelto a poner de manifiesto la falta de atención a la emblemática isla, referente alicantino que desde tiempo inmemorial sufre en silencio los excesos en verano y las carencias en invierno.

Además, los frigoríficos se estaban vaciando y buena parte del personal veía en las latas de conserva el único recurso a corto plazo si la situación no mejoraba de manera inmediata.

La solidaridad procedente de la misma isla surgió de la iniciativa de Luis Castillo, propietario del hotel Casa del Gobernador, poniendo a disposición de los habitantes los recursos alimenticios que almacenaba en su establecimiento, y del restaurante Almadraba, que hoy jueves tenía previsto invitar a comer a arroz a quien se acercara. Ambas iniciativas aparecían hasta ayer como únicos gestos de auxilio en una isla que había perdido su magia y donde seguía instalada, más que nunca, la sensación de abandono, multiplicada por mil ante la psicosis provocada por un encierro sin posibilidad de salida.

Mientras tanto, algunos isleños se preguntaban, y con razón, para qué servía varado en el puerto en momentos como éste el barco de la Reserva Marina sin que alguien con mando fuera capaz de ponerlo al servicio de los habitantes para hacer frente a la situación de emergencia.

Las denuncias que empezaban a brotar a la desesperada de la isla llevaban a recordar los suaves acordes que Mediterráneo, el admirado grupo musical de los años 80, plasmó en partitura junto a un pegadizo estribillo que muchos alicantinos adoptamos como un himno para reclamar la atención y exigir que nada ni nadie violara su espacio, que no comerciaran con su paz, antes de concluir con la más bella definición que jamás coloreó nuestro diminuto archipiélago: Tabarca eres una luz en medio de la oscuridad.

Hoy, aunque a última hora de la mañana de ayer, Carla y el resto de habitantes de la isla respiraron tranquilos al conocer que el barco Santa María iba a salir en su auxilio para abastecerles con las provisiones necesarias, estoy convencido de que muchos de los que tarareamos aquellas notas de Mediterráneo a modo de orgulloso himno hubiéramos añadido en su letra que, para variar, no se olvidaran nunca de los que la habitan.