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Todo viene del cosmos

El ser humano, ante las grandes calamidades que amenazan su bienestar

Cuando amanece la mañana, le pregunto a la aurora: ¿dónde estoy?, ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, y no tengo respuesta. Por la tarde, le hago la misma demanda al ocaso. Poco tiempo después, el manto de la noche cubre la vida y es entonces cuando el silencio lo invade todo. Entre el alba y la primera estrella existe un tiempo para ir desmenuzando lo que acontece a lo largo del día: las gentes sencillas que van a trabajar y regresan de la labor cotidiana; los niños, a ampliar las luces del conocimiento en los colegios y los jóvenes en la Universidad; el saludo en el portal con el vecino y en las aceras el cruce con el amigo de toda la vida; la compra de alimentos para el almuerzo y el periódico de siempre; gente necesitada que en las esquinas piden ayuda, es decir, una limosna: "Soy un español sin trabajo y con cinco hijos". Unas veces será cierto y otras no. Pero no hay duda de que pasan penalidades para sobrevivir en este pícaro mundo. Tertulia con los amigos ante una botella de sidra, la cena en familia, la tele y "a la camina, don Juan -una cocinera a su amo-, que el dormir ahorra el pan". En el súper del barrio hay gente agobiada tirando de carros atascados de productos como si no hubiera más días a lo largo del mes para hacer una compra comedida y necesaria. Cuando me llega el turno, la cajera, con mirada cómplice y voz irónica, comenta en alto: "Los huevos también se pudren". La señora que me precedía llevaba al menos cinco docenas, latas para todos los gustos, pasta, cajas de leche, botellas, veinte rollos de papel higiénico, crema de dientes, dos bolsas de comida para perros€ y en una bolsa, cien kilos de falta de conciencia bien atada por un cordón de ego. Son de las que habitan solas en el mundo y "€viven sin vivir en mí€".

Por la calle se oyen voces y comentarios sobre la peste que surgió de China. Más que consideraciones son palabras de alarma de una sociedad desorientada. En estos días es más propicio alertar a los inconscientes que no siguen las normas ciudadanas -entre ellas, la mujer de los huevos- y tomar precauciones y cuidados con los ancianos, los niños y, sobre todo, seguir los consejos que nos dictan aquellos que vislumbran el mal que nos aqueja. Todo viene del cosmos, y el ser humano también: polvo lunar, procariotas, el eusthenopteron (pez primitivo), anfibios gigantes, la musaraña, el mesopitheco el australopithecus, el homo habilis y, en fin, nosotros: hombres y mujeres. Una evolución tan bella como misteriosa. Pero aquí estamos con nuestra corona de espinas, como la del Nazareno, miserias, alegrías, tristezas y olvidando la palabra que es el verdadero país del ser humano. El significado y el significante para entendernos y colaborar juntos. La palabra para amarse y respetarse antes que esgrimir el arma contundente de la violencia. La palabra prudente y sabia para insuflar ánimos a una población preocupada con el temor de que el maldito COVID19 se aloje impunemente en nuestras entrañas. Y si somos tan sublimes y bellos, por qué no se emplea algo tan sencillo como es la razón que nos hace diferentes de los demás seres. El entendimiento filosófico de los grandes pensadores de la antigua Grecia, los humanistas del Renacimiento, de la Ilustración y la Enciclopedia. Los bienhechores de la vida: Marie y Pierre Curie, Fleming€ los científicos Einstein y Stephen Hawking€

En cada cerebro humano hay un universo de neuronas prestas a escuchar, hablar e interrelacionarse con el fin de cuidar y proteger la especie humana. ¿Por qué no se hace? Acaso es de mayor interés conocer si el planeta Marte tiene agua; diferenciar si la sal de la estatua de la mujer de Lot era gema o marina; si aun vive la rosa amada por el Principito en el asteroide B 612 o si "José", la novela de Palacio Valdés, se desarrolló en Candás o Cudillero. Los árboles nos impiden ver el bosque y deseamos encumbrarnos -como los rascacielos de Abu Dabi- en nuestras torres de Babel. Son más importantes - pregunto- los deseos intangibles de nuestros pensadores y hombres y mujeres de ciencia o desarrollar proyectos que eviten la hambruna y las injusticias que padece el mundo de hoy: los ahogados del Mare Nostrum, la infancia del Tercer Mundo -entre ellas, la que padece "Haití, mon amour"-, las concertinas en las fronteras, los desplazados apátridas, la violencia de género€ Esta peste real que corona el mundo me hace pensar en el aforismo: "No hay mal que por bien no venga". Si salimos de esta - Dios lo quiera- el ser humano tomará una nueva dimensión.

Un antes y un después que obligará a la humanidad a plantearse muchas necesidades prioritarias cotidianas y a enfrentarse con la verdadera solidaridad. Dejaremos de ser solitarios -como decía Paul Eluard- para ser solidarios, tender la mano a quien nos necesitan y también anticiparnos a las enfermedades que puedan surgir. Y el escritor francés añade: "Ha llegado el tiempo en el que los poetas tienen el derecho y el deber de asumir que están profundamente inmersos en la vida de las mujeres y de los hombres, en la vida de la comunidad". Palabras que, con la licencia del poeta, deberían hacer suyas los políticos y los científicos para entre todos construir un mundo mejor. El ser humano se lo merece. Todo viene del cosmos y hay otros mundos. Pero todos los mundos están, en verdad, en nuestro mundo y seguiremos preguntándonos el resto de la vida: ¿dónde estoy?, ¿quién soy? y ¿qué hago yo aquí?

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