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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

Mascarillas y distancias

La Federación de Hogueras planeó una jornada en Fitur como parte del plan diseñado para que los nueve jueces que debemos elegir a las representantes de la Fiesta fuéramos conociendo de cerca a todas las aspirantes

El último fin de semana de enero estuve en Madrid como miembro del jurado que este año debe (o debería) elegir a la Bellea del Foc. La Federación de Hogueras planeó una jornada en Fitur como parte del plan diseñado para que los nueve jueces que debemos elegir a las representantes de la Fiesta fuéramos conociendo de cerca a todas las aspirantes.

Para alojarnos se eligió un hotel alejado del centro, cerca de IFEMA, a tiro de piedra del aeropuerto. El establecimiento contaba con un hall enorme, que servía de punto de reunión para el centenar de personas que formaba la expedición alicantina. En uno de esos encuentros coincidimos en el recinto de recepción con otra expedición, también numerosa, en este caso de chinos, que, con la mascarilla puesta y convenientemente ordenados, esperaban su turno al pie del ascensor para ocupar las habitaciones. Eso sucedió hace siete semanas, fechas en las que Wuhan nos sonaba tan poco familiar como esa epidemia bautizada con un nombre de muchas letras que apenas nos ocupamos en memorizar y que se estaba esparciendo en la lejana China.

Unos cuantos miembros del grupo alicantino reaccionaron con respeto y precaución al cruzarse con los chinos que cubrían su rostro con aparatosas mascarillas; otros, entre los que me incluyo, les lanzamos la mirada del que acaba de topar con un zumbado. De todo esto me acordé hace unas horas, cuando entré en el supermercado y lo que me llamaba la atención era justamente lo contrario: los contados rostros que circulaban libres de mascarilla.

En cincuenta días he pasado a asumir como habitual lo que tachaba de paranoico y a considerar impensable la manera en la que me he desenvuelto durante los últimos cincuenta años. Con todo, el asunto de las mascarillas se queda en anécdota si se compara con nuevos comportamientos que empiezan a surgir en los recintos cerrados que nos vemos obligados a visitar.

Tras un breve periodo con cierta armonía en la compra, una vez superado el furor inicial provocado por la traumática irrupción del virus, vuelvo a conocer gente de nuevo proclive a sobrecargar el carro de la compra más de lo necesario, no ya por temor a la carencia de los productos de primera necesidad, sino por disminuir el número de visitas al supermercado para evitar tensiones, asperezas o reacciones violentas, gestos agresivos que se suceden ante el incumplimiento de la «distancia de seguridad» tantas veces anunciada. Pese a que las tiendas alertan una y otra vez sobre esa indispensable separación de metro y medio entre los clientes y en los mismos supermercados se evita la aglomeración con un control de entrada, resulta inevitable que se produzca algún roce o acercamiento que deriva en reproche violento.

Un ejercicio de comprensión y civismo por todas las partes nos ayudaría a todos. Solo hay que aplicarse un poco en los modos de alertar sobre las normas y en la manera de encajar esas alertas. Esto es cosa de unos y otros. Esto es cosa de todos.

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