emos descubierto que nuestra casa tiene balcón. Al menos tiene ventanas. Algunos vecinos se han acordado estos días, y lo que es más, están descubriendo ahora a los vecinos de toda la vida. El punto fijo del espacio es la casa, el hogar, se ha convertido en casi el exclusivo espacio cotidiano. Hasta ahora el hogar es donde nos esperan cosas conocidas habituales la seguridad y una fuerte dosis de sentimientos, pero ahora además el hogar es el límite del espacio en que se mueven nuestras acciones. Si hay algo que se le puede atribuir al coronavirus es que ha encorsetado y ha puesto la vida cotidiana de los españoles patas arriba.

Nosotros nos pasamos la vida aprendiendo a manejar objetos: sea un lápiz un coche o una máquina en la fábrica, o el ordenador en nuestro puesto de trabajo, o en el hogar si tenemos teletrabajo. Durante nuestra educación adquirimos determinadas habilidades que nos cualifican para trabajar en un empleo. El manejo de los objetos suele ir acompañado de una rutina, y esos usos conducen a unos hábitos. A la vez que aprendemos a manejar los objetos y ganamos en hábitos, dominamos el lenguaje. A veces una auténtica jerga para iniciados. La utilización de los objetos, los usos y rutinas, y el lenguaje en su conjunto es lo que, para la socióloga húngara, Agnes Heller caracteriza la vida cotidiana. Es el marco estructural de nuestra vida. Son las realidades que guían nuestra forma de actuar con los objetos e indirectamente la forma de relacionarnos con los demás; y nuestros usos o rutinas nuestros comportamientos; y también el lenguaje que guía y es el reflejo de las formas de pensamiento. Ahora nuestra vida cotidiana, para buena parte de los españoles, se ha quedado limitada a las relaciones dentro del hogar o lo que es lo mismo se han perdido o no se pueden realizar la mitad de las actividades de la vida cotidiana todas las relacionadas con el trabajo y la enseñanza.

Pero en la vida cotidiana también se desarrollan los saberes y el contacto con otras personas. Y en ellos está el germen para el cambio en la vida cotidiana. El Covid-19, no solo limita la vida cotidiana a los aspectos domésticos de la vida para buena parte de la gente sino que restringe de forma importante el ámbito de los contactos. Las relaciones cotidianas se refieren a los sentimientos mas variados y opuestos: simpatía, antipatía, amor, odio, son contactos sistemáticos u organizados. Las relaciones son los contactos mas ricos de la vida cotidiana y ahora forzosamente se ven limitados a los contactos familiares. También las colisiones de la vida cotidiana se ven limitadas al ámbito familiar: la disputa, y el conflicto se ciñen a los que comparten el hogar.

El espacio cotidiano queda reducido a la casa. El hogar es el punto fijo en el espacio, el punto de referencia. Ir a casa significa moverse en la dirección de un punto fijo del espacio donde nos esperan cosas conocidas, habituales, la seguridad y una fuerte dosis de sentimiento; ahora lo que desaparecen son los espacios externos. La casa no solo es el espacio de referencia es casi el único

Ahora lo que sí es una nueva organización del tiempo si antes teníamos falta de tiempo ahora seguramente tendremos exceso, si no organizamos el tiempo surgirá el aburrimiento, que se vence con una actividad que tenga un sentido para nosotros y que permita desarrollar nuestras capacidades humanas.

El coronavirus nos ha cambiado radicalmente la vida cotidiana. En unos casos porque ha eliminado los aspectos correspondientes al trabajo y la educación; y en otros porque ha circunscrito el espacio a la casa, que es la referencia mas importante, pero ahora casi única. Ha limitado los contactos, comunicación, conversación, o discusión a los miembros de la unidad familiar. Siempre caben los juegos que a los niños les encantan y pueden practicarlos sin que acarreen un suspenso. Los españoles hemos descubierto que nuestras casas tienen balcones, o al menos ventanas, y que son un excelente altavoz para superar alguna de las limitaciones que nos impone el Covid-19 que podemos aumentar los contactos y la comunicación con los vecinos, manifestar nuestro aprecio por los sanitarios, incluso jugar con los niños, y menos niños, al «veo, veo». Siempre nos quedarán los balcones y ventanas.