En estos días en que sobresalen los ejemplos personales e institucionales frente a la adversidad de una pandemia que paraliza por su dimensión y efectos, también nos arropan y acompañan los pensamientos y las actitudes modélicas de compatriotas que se han crecido ante la adversidad y han inspirado confianza y aliento ante las tribulaciones. Por ello, merece recordarse que en estas fechas se cumplirán seis años del fallecimiento de Adolfo Suarez, primer Presidente de la democracia española. Aquel luchador permanente, que mantenía un espíritu combativo ante los muchos contratiempos con los que debió lidiar y que nos transmitía en las situaciones difíciles que: «la vida siempre te da dos opciones: la cómoda y la difícil. Cuando dudes elige siempre la difícil, porque así siempre estarás seguro de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por ti».

Es cierto que son momentos en los que se necesitan líderes que transmitan confianza, serenidad e impulsen la moral colectiva, pero no es ocasión para las comparaciones sino para sumarse, desde su recuerdo, con el resto de españoles en este afán común por vencer un virus destructivo. Porque también una de sus enseñanzas hacía referencia al entendimiento y la solidaridad, recordando que no se «recurriera a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal». Al contrario, abogaba por un espíritu de diálogo y de concordia, pero unido a una gran determinación: no al diálogo del que cede a todo, puesto que un debate supone respeto a las normas recogidas en la Constitución por lo que recordaba que «no se puede pedir lo que no se puede dar, en estos casos la petición extrema invalida el diálogo. Hay precios que no se pueden pagar».

La alarma sanitaria pasará y, en esos momentos, habrá que recurrir a nuestras mejores disposiciones como sociedad, recordando que, al igual que en estos momentos, todo lo que tiene categoría de importante lo hemos llevado a cabo cuando hemos estado unidos, lo que nos proyecta de nuevo al pensamiento de un auténtico líder como Adolfo Suárez cuando defendía la importancia de generar entre todos unos valores éticos, unos valores morales, el amor al trabajo bien hecho, al esfuerzo, al sacrificio «?que tengan una valoración social y que no impere la moral del éxito fácil». Y, también nos recuerda, ante la pérdida transitoria de libertades que únicamente tiene como fin preservar la salud de todos, que estas omnímodas facultades no pueden ser utilizadas por nadie, menos aún por los Poderes Públicos, con la pretensión de imponer desde el poder una ética determinada a toda la sociedad, y en este sentido añadía que «son los hombres los que tienen libertad en su búsqueda de la verdad y el bien, y el Estado debe proteger esa libertad».

De cómo hacer frente a los episodios más difíciles que puede vivir una persona, y como estímulo en momentos trascendentes, relataré, puesto que ya se ha hecho público, que cuando accedía a contar los deplorables hechos del golpe de Estado siempre había una pregunta en el ambiente: ¿Cómo pudiste quedarte sentado al oír los disparos con los que querían intimidar a los miembros del Gobierno y del Congreso? Con serenidad nos decía: «hace tiempo que había interiorizado la posibilidad de un atentado al Presidente del Gobierno. Y me había hecho la siguiente reflexión, sólo podrá triunfar un golpe a la democracia, solo obtendrá el reconocimiento internacional, si es incruento, de lo contrario fracasará. Esa convicción me ayudó a quedarme quieto en mi escaño». Esta determinación para que los actos valerosos se fundamenten en valores y convicciones, en la defensa del bien común, explica la trayectoria vital de Suarez y, como no, de tantos compatriotas cuyos heroicos comportamientos hoy en favor de la sociedad solo se explican por tener arraigados densos principios de solidaridad y entrega para hacer que sea posible la vida en común. Merece la pena contemplar a este Suárez histórico que contribuyó a una sociedad mejor y más libre, que lideró un proceso de cambio de modo activo y que es un referente para el futuro, un ejemplo a seguir ante situaciones de crisis. Desde su esperanza en la sociedad española (la concordia fue posible, dice su epitafio) y de cohesión, porque sólo juntos podíamos salvar los retos del futuro.

Cuando había concluido su vida política, como también finalizará nuestro aislamiento, nos alentaba a seguir comprometidos en el bienestar de la sociedad española y decía: «el futuro no está escrito, yo aquí ya he terminado, pero os pido que lo que yo he hecho sea solo el primer escalón de una larga escalera». Y, al igual que podríamos aplicarlo a cada uno de nuestros héroes anónimos, esos a los que cada tarde aplaudimos desde el corazón y los balcones, resumía su actitud de este modo: «Yo no soy una persona excepcional, ni muchísimo menos, soy una muestra representativa de la ciudadanía española, con mis virtudes y mis defectos, con mis conocimientos y desconocimientos, he cometido muchos errores, pero creo que he sido un buen servidor del estado y de los españoles».