Como soy bastante decadente, de Portugal siempre me han gustado la saudade, los fados, el bacalao y la copla «María La Portuguesa», que compuso ese maravilloso granadino que fue Carlos Cano. Ahora a ello le sumo mi admiración por su primer ministro, Antonio Costa, que le ha dado en todos los morros al holandés deletreando RE-PUG-NAN-TE.

Si los españoles fuéramos todos a una, y no divididos en partidas -bueno, en realidad si el concepto de España existiera ahora mismo- deberíamos salir como lobos a recordar ese complejo de inferioridad que tienen los naranjas desde que fueron una parte de nuestro Imperio. Una y otra vez, curiosamente, se repiten los mismos esquemas de hace cinco siglos y pico, con los británicos y los holandeses poniendo letra a la leyenda negra que otros españoles, resentidos con motivos o sin ellos, pusieron música. La historia se repite más que el ajo del alioli.

Llevo sin confiar en la Unión Europea desde la época de los rescates y creo que mi fe en una unión del continente se rompió ahí para siempre. Que los ingleses se hayan ido no me sorprende, porque si se hiciera un referéndum en todos los países miembros los resultados serían muy parecidos, con una mitad de la población en contra (si se fijan es lo mismo que en Cataluña). En realidad el referéndum debería preguntar no sólo si nos queremos ir, sino con quién nos gustaría quedarnos y luego, cada cual en su grupito que se las apañara. Una Unión de España con Francia, Italia, Portugal, Grecia, una parte de Bélgica y los países nórdicos estaría chula, y dejaríamos que Alemania se comiera el resto, al fin y al cabo esa es su obsesión nacional. Mientras la Unión sea el campo de juego, y de negocios, de Alemania, jamás saldremos de pobres, fundamentalmente porque a ellos no les interesa.

Y no quiero desearle el mal a nadie, pero tiene narices que en esta situación mundial de pandemia algunos sigan con la salmodia de que si nosotros (Italia y España) tenemos el bicho será por nuestra culpa. Si se fijan, otra vez repetimos esquemas del pasado. Es muy de ética luterana y calvinista pensar que si los pobres son pobres algo habrán hecho mal y que sólo la riqueza desmedida y la vida sin agobios denota una superioridad moral y mental. Dan ganas de que? mejor me callo.

Sería mejor que la Unión Europea se desactivase desde dentro, de forma ordenada si fuera posible, y que cada país estableciera sus prioridades en función de sus propios intereses, dado que la solidaridad no es una palabra que se utilice en el norte. A mí me parece Repugnante seguir con socios que te desprecian.