En estos días de aislamiento en casa releo la obrita en la que Xavier de Maistre (1763-1852) dejó constancia por escrito del vuelo de su imaginación durante los cuarenta y dos días que permaneció confinado en su cuarto. La tituló "Viaje alrededor de mi habitación". Eso sí que fue una cuarentena.

De Maistre iba de la mesa a un cuadro, de la puerta a una butaca, se tumbaba en la cama, limpiaba un retrato, curioseaba en los cajones del escritorio y observaba la ropa. Una cosa lo llevaba a otra. E iban sugiriéndole infinidad de recuerdos, sentimientos o lecturas, en un universo que él mismo se creaba.

Recojo sus palabras en el momento de abandonar el encierro: "Hoy es el día en que ciertas personas de quienes dependo pretenden devolverme la libertad... ¡como si hubiesen conseguido privarme de ella! ¡Como si estuviese en su mano el arrebatármela en un instante e impedirme el recorrer a mi gusto el vasto espacio siempre abierto ante mí! ¡Me han privado de visitar una ciudad, un punto determinado; pero me han dejado el universo entero! ¡La inmensidad y la eternidad están a mis órdenes!".

¡Ah, el cuarto de uno, esa "deliciosa región que encierra todos los bienes y todas las riquezas de la tierra"! "Cella continuata dulcescit", sostiene un maestro espiritual. Estarse en la habitación es dulce y dulcifica. Es, además, el espacio por antonomasia para ejercitar la libertad. La permanencia prolongada entre cuatro paredes, incluso por imposición externa, no comporta no ser libre. Lo atestiguó Nelson Mandela, que estuvo preso durante 27 años en una celda de cuatro metros cuadrados. Porque la libertad no puede serle sustraída a uno así como así. Ya lo decía aquel mozalbete del "Quijote": "¿Será vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?".

Pero he aquí que, en estos días de confinamiento a causa del coronavirus, no sólo podemos recorrer nuestra habitación, sino también, desde esta, la de otros. A través del ordenador y de los otros artilugios que utilizamos. La gente se ha puesto como fuera de sí enviando vídeos grabados en el ámbito de su vida privada.

¡Cuántas cosas curiosas se muestran en ellos, detrás del que habla, y cuán incitadoras para realizar el estudio psicológico del personaje!: las fotografías, los títulos de los libros, el diploma, la arandela desprendida de la cortina, la figurilla de porcelana, el póster, el objeto semiescondido en la última balda o las etiquetas de los archivadores. Dejo lo de los visajes, muecas, tatuajes, gafas, colgantes, prendedores, manos y tics para otra ocasión.

Y no digamos si se trata de personas que se han visto urgidas a montar un fondo de salón para las videoconferencias por motivos de trabajo. Exhiben entonces el cuadro que compraron con la convicción de que adquirían una obra de arte, o unas ediciones raras de librería de viejo, o un rimero formado por catálogos, cuidadosamente descolocados, de exposiciones sobre pintores o escultores de vanguardia, o una serie de diferentes tipos de bibelots traídos de viajes a lugares de ensueño. En fin, un expositor de aquello que pueda contribuir a que los demás tengan a uno por sensible, culto, cosmopolita o aventurero. Lo que querríamos, en definitiva, ser.

Pero, hasta el presente, no he visto ningún fondo de pantalla equiparable al tapiz del palacio de la Zarzuela. Ha presidido la última reunión mantenida por el Rey con los miembros del actual Gobierno de España. En él aparece Alejandro Magno repartiendo sus riquezas. Es ese episodio de su vida triunfante, en el que, en el momento de desprenderse de los bienes, alguien le preguntó: "Si lo repartes todo, ¿qué queda para ti?". A lo que el hijo de Filipo de Macedonia respondió: "Dentro de mí, la esperanza; fuera de mí, el mundo entero".

Ahí queda eso. Para que le den vueltas, tanto los que se encuentran al lado de acá de la pantalla, como los que figuran en ella, y consideren, unos y otros, ante el gesto de aquella enorme figura de la historia, que las hazañas que hacen realmente grande a un hombre son el dominio de sí, la esplendidez para con los demás, la confianza en el futuro y el conocimiento del mundo.

Estarse en la habitación es dulce y dulcifica. Es el espacio por antonomasia para ejercitar la libertad. La libertad no puede serle sustraída a uno así como así.