Asignatura pendiente para la mayor parte de la humanidad que se empeña en suspender cada vez que la naturaleza tuerce, en una rotonda, por la salida inesperada. Murphy dice que en los desvíos predecibles siempre hay anchas vías que oxigenan el tráfico, pero siempre nos dirigimos a los atolladeros que conducen a precipicios, Murphy's law.

Por no retroceder demasiado en el tiempo, partamos de la Primera Guerra Mundial, seguido del crack del 29 en Wall Street y que condujo a la Gran Depresión. Las deudas de la guerra a pagar por el imperio Austro-Húngaro sumadas al contagio de la burbuja económica que explotó en Estados Unidos fueron el germen de los nacionalismos, y de ahí al fascismo un paso aún más peligroso que desembocó en la 2ª Guerra Mundial. Solo estas dos contiendas provocaron la muerte de no menos de 80 millones de personas. Más recientemente, en el año 2008, surgió una nueva pandemia económica similar a la de 1929, que volvió a tener su origen en Estados Unidos cuando Lehman Brothers declaró la quiebra y sus efectos se extendieron a todo el planeta durante más de una década, si bien las muertes se centraron en la microeconomía de personas y empresas, salpicado con suicidios de los antaño ricos. Y cuando creíamos haberlo visto todo, desde China se exportaron dos pandemias, una, la tradicional, un virus, que podríamos calificar como modelo de guerra bacteriológica letal, nada parecido al Ébola, que en la última infección detectada en nuestro país, solo produjo dos muertes de sacerdotes solidarios en África, y un contagio de una enfermera, que sobrevivió a duras penas, no así su perro; la otra, la paralización de la economía mundial y la destrucción de los PIB.

E importa, y mucho, saber cómo se reaccionó entonces por ver si de algo valen las recetas de la abuela. Nada que decir de las enseñanzas de la 1ª Guerra, fuera de que los vencedores exigieron importantes indemnizaciones a los derrotados, y no renunciaron a su cobro, a pesar de los daños que estaban ocasionando a los vencidos, incluso mediante ocupación de territorios alemanes para recaudar en forma de carbón en el Ruhr las deudas.

De la Depresión del 29, algo salió, Roosevelt impuso el intervencionismo del Estado con el objetivo de sostener a las capas más pobres de la población, reformar los mercados financieros y dinamizar una economía americana herida desde el crack por el desempleo y las quiebras en cadena, mediante obras públicas que generaron importantes déficits presupuestarios a trasladar hacia el futuro.

De la 2ª Guerra Mundial, después de las condenas impuestas a los vencidos en los juicios de Nuremberg, el Plan Marshall permitió la reconstrucción de los países europeos devastados por la guerra, con un copia y pega de las políticas intervencionistas de Roosevelt, y también funcionó.

La crisis del 2008 nos pilló en una Europa poco solidaria en la que los del sur éramos pigs (cerdos ), Portugal, Italia, Grecia y España (Spain ), y así nos fue, hombres de negro y recortes, ortodoxia equivocada. Doce años después estamos de nuevo con lo mismo, negativa a mutualizar daños, que cada país cubra sus marrones, Europa de dos velocidades, fórmula perfecta para dejar de creer en la Unión Europea.

Y volviendo al título de este suelto, hago un relato que todos saben. Surge la pandemia en China, y miramos hacia Oriente como que no nos va la cosa. Allí se pone el tema complicado, y el sistema político de obediencia absoluta confina una ciudad de 11 millones de habitantes a cal y canto, y funciona. Seguimos mirando hacia el extremo Oriente sin apenas inmutarnos. Los chinos, que viajan, y los que allí van, se saludan, y ya está, promiscuidad a tope, con lo que el bicho viaja con pasaporte diplomático sin restricciones, se asienta en Italia, y siente que en ese país la gente se besa, se achucha, se acuesta cuando amanece, beben de la misma birra. Y dónde mejor que viajar que a España, costumbres parecidas, y aquí se desplazó parte de la familia vírica en busca de nuevos cuerpos desde los que saltar a nuevos huéspedes.

Y se nos cayó un mito que creíamos irrompible, la sanidad pública, y apareció otro, hasta ahora opacado por la majestuosidad de la universalización de la sanidad de la que presumimos con orgullo desde hace décadas, y ahora nos hemos dado cuenta, abruptamente, de que residía, a modo de muñecas rusas, en su interior. Sí, esas decenas de miles de anónimos empleados de la sanidad pública que hoy están ofreciendo sus vidas por los demás con una generosidad rayana en la osadía, pero no del inconsciente, sino de los que son sabedores del riesgo y lo asumen. No son anónimos, todos tienen un nombre, y no hay bastantes aplausos para agradecer su entrega. Gracias Ana.

No es momento de criticar las actuaciones de los políticos, ya habrá tiempo para eso, pero volvamos a recuperar la sanidad pública en condiciones para todos, enfermos y personal sanitario protegidos. Recompensemos lo que otras crisis nos sustrajeron.