Hubo un tiempo, con el PP instalado en la Generalitat, que los grandes eventos importados desde los confines de medio mundo -Fórmula 1, visitas papales con corrupción, torneos de hípica convertidos en saraos para famosos, complejos igual de faraónicos que sin sentido...- se convirtieron en una forma de gestionar el dinero público. Luego, cuando supimos el detalle de las cuentas, se revelaron como una ruina frente a aquellos, entre los que me encuentro, que cuestionaban aquel despropósito para reivindicar que nuestros grandes eventos, sin duda, los teníamos en casa. Estaban enraizados a la tradición popular o cultural de esta provincia y del conjunto de la Comunidad Valenciana. Son tan importantes que, en medio de la pesadilla en la que se ha convertido esta crisis sanitaria del coronavirus, no se ha producido ni una sola cancelación definitiva de las fiestas populares amenazadas en el calendario por el actual estado de alarma.

Ha ocurrido en Alicante con la Santa Faz o con las Fogueres de Sant Joan; en Alcoy y Elda con sus fiestas de Moros y Cristianos; o con las Fallas en València, por poner los ejemplos que pueden ser más ilustrativos. A todo se le ha buscado otra fecha con la que facilitar, al menos por un tiempo, una pequeña alegría a la gente. Solo caerá definitivamente la Semana Santa, que debía arrancar este próximo domingo. Y porque es prácticamente imposible encajarla al tratarse de una celebración anclada a un tiempo concreto. Sería muy difícil de trasladar a otro contexto. Es cierto que, a día de hoy, la máxima prioridad tiene que seguir siendo la situación social con la gente encerrada a cal y canto en sus casas. Y, sobre todo, la atención sanitaria de los contagiados para evitar que continúen creciendo las cifras de fallecidos. Así debe ser. Por encima de todo. Pero una gran parte de los ciudadanos, a la espera de que pase la alerta lo antes posible, está pensando en la recuperación. En la vida. Y la vida tiene que seguir.

Así que, de momento, entidades locales y asociaciones festeras están amontonando todos esos eventos en fechas, muchas solapadas, de la segunda mitad del año. Con un único objetivo: ligar el deseo de una mejora económica rápida a los que siempre tuvieron que ser nuestros grandes eventos. Intentar mantener la llama de la ilusión para remontar cuando se acabe el confinamiento. Pero todo eso entraña un riesgo en festejos con un componente insustituible de actividad en la calle. ¿Dentro de unos meses se podrán convocar aglomeraciones de gente sin problemas cuando ni siquiera habrá vacuna? ¿Las empresas estarán en disposición de colaborar con llibrets y patrocinios? ¿Y los festeros de pagar sus cuotas? Ese es el riesgo de poner fechas.