ompré mi primer ordenador en 1987, me costó el equivalente a mil euros y tenía menos capacidad que un Tamagotchi. Llevo más de veinte años trabajando en proyectos digitales, la mayor parte de ellos en la Universitat d'Alacant, fui subdirector de Formación de Universia, supervisor de los cursos de español online para el Instituto Cervantes, docente en la formación del profesorado en plataformas abiertas de e-learning, responsable de OpenCourseWare, defensor en la implantación de Open Content y Open Access. No soy el primer filólogo que desde mediados de los años noventa vio en la tecnología de la información una oportunidad de democratización del conocimiento a escala global. Y de esa democratización del conocimiento, una oportunidad de transformación hacia una nueva economía.

Durante todos estos años, más o menos de los rectores Andrés Pedreño a Manuel Palomar, y sus sucesivos vicerrectores de NNTT (he trabajado para cinco de ellos), siempre existió la misma impresión de que faltaba una pata de la mesa: esta ciudad. Durante todos estos años en los que la Universitat d'Alacant se convertía en uno de los focos más serios de innovación de la sociedad digital y llegaba a presidir la comisión a tal efecto de la Conferencia de Rectores, el Ayuntamiento ni estaba ni se le esperaba. Mientras distintos emprendedores alicantinos convencían de la oportunidad de sus proyectos a las grandes tecnológicas, mientras se creaba una asociación de empresas ad hoc (Alicantech), un campus de innovación, patrimonial y cultural (Torre Juana) y otros no menos encomiables etcéteras, Alicante se felicitaba por la tasa de viajeros del aeropuerto, aunque entre ellos hubiera cada vez más jóvenes en diáspora a Irlanda y otros países con estrategias claras de economía digital.

Y en eso llegó el Distrito Digital. Si ningún alcalde había prestado atención, el president de la Generalitat Valenciana proponía el Distrito en Alicante como una solución a la hecatombe de la política de parques temáticos de toda índole de los presidentes populares. Hace menos de un año llegó ese salto cualitativo y se ubicaba en casa la Conselleria de Universidades, Innovación y Sociedad Digital. Y poco antes de la Covid-19 Ximo Puig nos colocaba en la primera división de Inteligencia Artificial. No quedaba duda de la apuesta. Sí, esto no es más que el punto de partida, pero es que antes nos negaban siquiera que hubiera una partida y una llegada.

Es ya casi un lugar común entre tecnólogos que la sociedad y la economía digital puede encontrarse ante otro salto cualitativo tras la crisis de esta pandemia. ¿Estamos en una situación parecida a hace cien años en lo que se refiere a innovación y tecnología? ¿Será otra vez una pandemia la killer-app social tal como sucedió en 1918?

El informe DESI de la UE dice que ocupamos el undécimo lugar europeo, que hemos mejorado dos puestos en estos dos años, que esta mejora se debe a un rendimiento superior en la conectividad y los servicios públicos digitales. España obtiene buenos resultados en conectividad, gracias a la amplia disponibilidad de redes de banda ancha fija y móvil rápidas y ultrarrápidas y al aumento de su implantación. Pero en lo referente al capital humano, España se sitúa a un nivel similar al del año pasado y su puntuación es todavía más baja que la media de la UE.

Hace cien años la tecnología punta transformadora fue la automoción. El automóvil fue a la pandemia de gripe lo que el iPhone a la crisis del 2008. Tras la Gran Guerra, a los empresarios españoles se les pasó ocupar el beneficio de las exportaciones conseguidas en modernización. Cayó el empleo drásticamente. Subieron los precios. Las condiciones de los trabajadores pasaron de terribles a más terribles. Así que no hubo más remedio que cumplir con la puñetera exigencia de modernización apostando por la industria, empezando por el Estado. El resultado fue que, además de desarrollo industrial, por primera vez, los agricultores ya no eran más de la mitad de los españoles. Y no solo eso: hubo una reconversión bancaria en una banca nacional y la consolidación del Banco Nacional de Crédito y el Banco Industrial. Pero yo estaba hablando de la automoción: España creció de 1800 matriculaciones en 1918 a 20.000 en 1924, y ascendió hasta las 37.000 en 1929. En trece años pasamos de 13.000 vehículos matriculados a 238.000 (Biblioteca del Ministerio del Interior). No fue hasta 1937 (por motivos obvios) cuando hubo un retroceso drástico de matriculaciones y se volvieron a las cifras de 1911. Una tasa de matriculación similar a la de los primeros años postpandemia no se dio hasta pasados los cincuenta. Siguiendo con la tecnología, fue en 1920 cuando se creó la Société Française Hispano Suiza, en 1924 cuando se creó la primera emisora de radio, la Cadena Ser y la Compañía Nacional Telefónica, los dos monopolios de tabaco y gasolina. Y tres años después se creó Iberia, Compañía Aérea de Transporte. Luego llegó Franco y se cargó todo ese emprendimiento con el INI. Todas ellas fueron concesiones públicas en su totalidad o bien concurrió capital extranjero, y todas ellas, empresas de base tecnológica de su época. Lo repetiré por si no ha quedado claro: empresas-de-base-tecnológica.

Todo esto viene a cuento de si la Administración Local de Alicante está preparada o no. El último trampantojo alicantino es Alicante Futura, durante un año ha sido un acertijo indescifrable de un tesoro guardado en una caja de plomo sumergida en el fondo del mar. Pero en palabras de Barcala, es «un paraguas». Y ahora, un jarrón chino. Eso sí, bien expuesto en la Agencia Local de Desarrollo y etiquetado con un presupuesto exiguo que no se sabe en qué se aplicará. Un meme se monetiza más fácilmente que Alicante Futura. Cero son las veces que la concejal responsable ha hablado durante un año sobre el tema. Ni una propuesta, nada. De España se tapa los ojos e insiste en que ella no está. El efecto Barcala es Photoshop. No hay nadie más. No es que no estén, es que Barcala los borra con Photoshop. El único que podría hacerse cargo de este muerto digital no cae en esos nueve, sino en los otros cinco, que son de novela de Enid Blyton. Y Barcala nunca le bajará el puente levadizo a ese de los cinco para que se haga cargo. Más bien le bajará la trampilla del foso de cocodrilos. Ay, si oviesse buen señor.

Hace casi un año, me llevé a varios clubes deportivos para que pergeñaran iniciativas conjuntas con el Distrito Digital, de modo que las entidades alicantinas fueran las primeras en participar de proyectos tecnológicos. Fue entonces cuando me di cuenta de qué lugar debe ocupar el emprendimiento local y para qué debe servir su ayuntamiento. Fue entonces cuando pensé en Finlandia y en Nokia y reconozco que apreté los dientes. Alicante necesita un organismo municipal de economía digital que atrape la energía liberada por el Distrito Digital y todo el ecosistema creado en los últimos 25 años. Aquí no hay match nulo. Ni prórroga. Se gana o se pierde.

Alicante necesita un organismo en el que además de invitar al Distrito Digital, participen expertos y empresarios, sindicatos, juntas de distrito. Un organismo que dialogue en lo local con el proyecto autonómico. Este organismo debe dar soporte a la transición digital de las empresas alicantinas grandes y pequeñas, del comercio de proximidad, de la formación de emprendedores, de desempleados, de la integración digital y cultural de los barrios y de todo colectivo o individuo alicantino que quiera incorporarse a lo que se nos viene encima, que no es otra cosa que el presente. Esto es posible gracias en parte a una estrategia digital colectiva que tenemos delante de nuestras narices desde hace mucho tiempo y hoy pasa a un primer plano. Una estrategia global que nunca tuvimos, liderada por el Distrito Digital. Ya no hay excusas: además de digital y colectiva, debe ser inteligente.