Hoy celebramos un día del libro atípico, no hay rosas (allá donde sea costumbre) ni colas en las librerías. No hay encuentros en los cafés, comparando los ejemplares adquiridos, y, si somos personas con suerte, alardeando de aquellos que nos han regalado (cuánto significado cuando alguien regala un libro a otro alguien).

Hoy más que nunca hablamos de libros desde las redes sociales, hacemos encuentros con autoras y autores a través de directos de Instagram y Youtube. Compartimos ensayos y novelas, quemamos versos recordadísimos y otros escondidos que, afortunadamente, las redes nos ayudan a descubrir.

Estamos en cuarentena y parece que no dejamos de producir, como si la locomotora no parase jamás. Al menos eso es lo que me llega del exterior, porque yo, viviendo sola, con cientos de ejemplares contribuyendo al polvo en casa en cuarentena, y por primera vez en muchísimo tiempo, no puedo leer. Quiero pensar que no soy la única que siente que la soledad de este Día de la marmota está haciendo mella en su capacidad intelectual; escribo lento, pienso lento y leo aún más lento. Las redes sociales se han convertido en un espejo donde colgar lo que tenemos a modo de insignia, como una bandera en un balcón, sin facilitar la réplica, la opinión del otro, la comunicación.

Decía Paul Auster que "la literatura es esencialmente soledad, se escribe en soledad, se lee en soledad y pese a todo, el acto de la lectura permite una comunicación entre dos seres humanos".

Será que los libros son una forma de aislamiento voluntario, una forma de cuarentena donde no hace falta dejar de tocar, abrazar y besar; basta con aislarse detrás de las páginas, en el mismo sofá, y reaparecer para el otro, compartiendo alguna de las líneas en voz alta.

Hoy es el día del libro y no puedo leer, pero qué ganas de salir de esta y comentar con las personas que quiero lo mucho que he echado de menos aislarme voluntariamente, es decir: Hablar, abrazar, besar y volver a casa -a leer tranquilamente-.