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Desescalar

De niños, los grandes descalabros siempre sucedían al «desescalar». De un árbol, de un muro o de una montaña. Siempre resultaba más fácil la escalada. Nosotros decíamos esguilar -castellano puro-, palabra muy gráfica procedente del griego «esguila», «skíouros», ardilla. Nunca olvidaré, porque aún conservo en mi cuerpo la huella, el día que esguilé al larguero de un columpio y «desesguilé» precipitadamente sobre un brazo doblado. Ni siquiera Serino, el curandero, lo pudo enderezar. Un brazo torcido para toda la vida que sirvió mayormente para librarme de la «mili». Ahora la palabra «desescalar" no se nos cae de la boca. Ya ha advertido la RAE de que tengamos cuidado, que el palabro no es español y que debemos «evitar calcos del inglés». Que mejor usemos términos nuestros como aumento/disminución o incremento/rebaja. La verdad es que no suenan igual de dramáticos. A ver quién le dice a un periodista que, en vez de titular «Arranca la desescalada», titule «Arranca la disminución». Lo de rebaja está descartado para no confundirlo con otra actividad de la antigua normalidad. Porque la normalidad, como la nostalgia, ya no es lo que era. De hecho, dice el presidente del Gobierno que hay -o más bien habrá- «una nueva normalidad». La de ahora, ya se sabe, es vivir confinado, el que tiene suerte. Otros muchos, menos afortunados, viven en la UCI, curando, curándose o muriéndose. Vivimos un eterno presente, que dura ya muchas y largas semanas. Tenemos un pasado tan lejano y tan imposible de revivir que se difumina. Y nos encaminamos a un futuro que no se alcanza a ver y que, por lo poco que atisbamos, tiene muy mala pinta. Resulta inevitable que en este eterno presente surjan futurólogos, profetas, augures. Qué temeridad. Hay que ser muy osado para atreverse, en estas circunstancias, a predecir lo que pasará mañana, a responder a preguntas fútiles como cuándo abrirán los bares, se reanudará la Liga o si podremos bañarnos este verano en la playa. Y no digamos a otras de mayor calado: cuántos muertos dejará el virus al final, cuándo llegará la vacuna, cuántos acabarán en el paro, cómo será el mundo DC. Porque ya se habla de un mundo antes del Covid-19 (AC) y de un mundo después del Covid-19 (DC). Sí, mundos tan diferentes que suponen un antes y un después radical en la Historia de la Humanidad, como el Antes de Cristo y el Después de Cristo. Estamos en la cima, hemos subido como una exhalación, empujados por la incontrolada fuerza de la epidemia, y ahora toca «desescalar». Pero hay que bajar por la otra ladera, por la que no hemos subido, por la que no conocemos, la que nos depositará, si no nos despeñamos en el descenso, en eso que llamamos «nueva normalidad». Por llamarle de alguna manera, porque desconocemos cómo será y a qué altura del descenso nos quedaremos. Buscamos respuestas a nuestro desasosiego en libros y películas sobre pandemias y confinamientos. La novela del escritor italiano Giorgio Bassani (1916-2000) El jardín de los Finzi-Contini, también llevada al cine por Vittorio De Sica en 1970, es una de las más ilustrativas. Cuenta el trágico destino de una familia judía instalada en la opulencia y la buena vida, convencida de que la persecución de los nazis nunca les alcanzará a ellos, aislados en su acogedor jardín. La mayoría de los Finzi-Contini acabarán siendo capturados y trasladados a campos de exterminio. Uno de los personajes de la novela reflexiona sobre la necesidad de entender la «nueva normalidad», tras la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. «En la vida -asegura-, para comprender, comprender de verdad, cómo son las cosas de este mundo, debes morir, por lo menos una vez. Conque, siendo esta la ley, mejor morir joven, cuando aún tienes tanto tiempo por delante para levantarte y resucitar...» Nosotros, jóvenes o mayores, deberíamos aprovechar el tiempo que nos quede para comprender, comprender de verdad, y «desescalar» de nuestro particular jardín en el que vivíamos alegres y confinados.

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