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Carlos Gómez Gil

La dimensión social de la pandemia

A medida que avanzan las semanas, se prolonga el confinamiento y se extienden los efectos del coronavirus en todos los países, comprendemos con mayor claridad que su gigantesco impacto no es únicamente médico, sanitario y epidemiológico, ni tampoco que sus repercusiones van a ser exclusivamente económicas y laborales. Una y otra vez aparecen numerosos dilemas sociales, en algunos casos novedosos y de una enorme profundidad, a los que no estamos dando la importancia que merecen.

No es casual el hecho de que, en los equipos de expertos que se han formado, tanto a nivel estatal como autonómico, para afrontar la pandemia con un enfoque muy sanitario y epidemiológico, no aparezcan científicos sociales como sociólogos o psicólogos especializados en sus efectos social. Pero para superar, reconstruir el daño en la sociedad y prepararnos mejor ante posibles oleadas futuras, necesitamos de la experiencia de otras disciplinas y de profesionales muy transversales que, además de tener en cuenta la medicina, la salud pública, y la epidemiología, permitan ampliar la perspectiva de intervención, a través de las ciencias sociales y las humanidades, en línea con los gigantescos desafíos sociales que tenemos que afrontar.

Empecemos mencionando los efectos desconocidos de este formidable experimento social llamado confinamiento forzoso, nunca antes vivido por la humanidad y de duración indeterminada. El encierro obligado en casa no es igual para todos en la medida en que resulta mucho más duro y sacrificado para las personas más pobres, con viviendas insalubres, pequeñas y en peor estado, de la misma forma que también es más esforzado para familias numerosas o para personas con bajos recursos. Sin duda, los efectos del confinamiento están directamente relacionados con la desigualdad y con nuestras condiciones de vida, de manera que la población más pobre tiene que afrontar secuelas mucho mayores. También la situación personal y psicosocial va a plantear dilemas sobre los efectos de un encierro tan prolongado en discapacitados físicos y psíquicos (de los que nadie habla, por cierto), en personas que viven solas o sobre mujeres que sufren situaciones de violencia latente. ¿Cuáles van a ser las secuelas de este confinamiento y qué apoyos necesitarán las personas que presenten algún trastorno o patología?

Abordar una pandemia cuyo vector de transmisión y contagio está estrechamente relacionado con la distancia social y las medidas de limpieza que se deben llevar a cabo, tiene que considerar a aquellos grupos para los que estas medidas son más difíciles de realizar. De hecho, los estudios de salud pública enseñan que la enfermedad y la salud colectivas son procesos de carácter social que necesitan esta perspectiva para su correcta intervención. Porque nadie duda de los múltiples determinantes que han intervenido en la extensión y el impacto de esta pandemia en un mundo y una sociedad absolutamente interconectados. No solo enfermamos físicamente, sino que también enferma nuestra economía y nuestra forma de vida, seguramente porque las bases biofísicas de nuestra vida estaban dañadas con anterioridad, no lo olvidemos. Curar nuestra salud pasa, también, por cuidar nuestra sociedad de los daños que una pandemia como ésta pueda producir, ya que son muchos y muy profundos.

Pongamos como ejemplo la imposibilidad de acompañar a los fallecidos en los hospitales y de asistir a los entierros y funerales de los seres queridos. Es algo de un dolor indescriptible que nunca habíamos vivido, que, sin duda, dejará una enorme huella en los familiares. Siendo tan importante en nuestra vida realizar adecuadamente el proceso de adaptación emocional que supone un duelo, sabemos que miles de personas van a tener un sufrimiento añadido durante mucho tiempo por la manera en la que se ha producido la muerte y el entierro de tantos fallecidos por coronavirus.

Durante la crisis del ébola se vivió por vez primera una situación parecida en comunidades africanas en las que era fundamental el ritual del entierro. Así, científicos sociales tuvieron que pensar nuevas formas para que los familiares realizaran un funeral de manera no presencial, pero que les permitiera avanzar en su duelo. Seguramente es uno de los ejemplos que tenemos que mejorar en España ante una situación tan desgarradora como la que ha planteado la Covid-19.

Por ello, se necesita de la perspectiva de especialistas en situaciones de crisis como la que vivimos, aprendiendo de la experiencia que aportan otras pandemias vividas. Un buen ejemplo lo constituye el trabajo de la plataforma de Ciencias Sociales en Acción Humanitaria y el Instituto de Estudios de Desarrollo, de la Universidad de Sussex, en Reino Unido, que en enero de 2019 publicó un interesante informe en el que aportaba valiosas lecciones desde las ciencias sociales en la epidemia de la influenza y el SARS, de cara a futuras pandemias. Además de estudiar los factores sociales de propagación, las variables culturales en la transmisión, el papel de las variables sociodemográficos, cómo deben hacerse los mensajes de prevención y el rol de los poderes públicos, se analizaron aspectos tan cruciales como la transparencia en la información, las medidas sociales voluntarias, la importancia de cuidar a los profesionales de salud y la manera de realizar los funerales de los fallecidos.

Sobran razones para abordar mejor las dimensiones sociales de esta desdichada pandemia.

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