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Josefina Bueno

Senadora

Josefina Bueno

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Estamos en las últimas semanas del Estado de alarma y el tiempo y el encierro pesan. Añoramos abrazar o besar a la persona querida a la vez que ansiamos la vuelta a la normalidad (salir, quedar, compartir, …) aunque hay quienes defienden volver a otro tipo de normalidad con distintos parámetros, pero eso es otro debate. Tenemos ganas de relacionarnos con nuestra gente porque todos salimos de estos casi dos meses de confinamiento con secuelas emocionales: soledad, aislamiento, tristeza, dolor, miedo ante la incertidumbre, angustias y desvelos económicos y tantos otros sentimientos encontrados.... Para muchos, ésta es sin duda la prueba más difícil a la que nos hemos enfrentado individual y colectivamente y estamos demostrando unas dosis de civismo y solidaridad ejemplares. Nos enfrentamos a una crisis sanitaria, económica y social, pero también emocional. Esta última es preocupante porque las emociones guían, en numerosas ocasiones, nuestras acciones.

Esperamos la desescalada como agua de mayo. ¿Cómo será? ¿Cuándo podré salir?, me pregunta mi hermano de 78 años. Me temo que la desescalada será más complicada que el confinamiento. Estamos más cansados, más preocupados, ¡la paciencia se acaba! Pero hay que tenerla porque las dudas están por encima de las certidumbres y está en juego la salud de las personas y es imprescindible no colapsar el sistema sanitario. Cada medida de apertura, por pequeña que sea, tendrá que ser testada. Parece que será gradual, por territorios, nos guiaremos por lo que recomienden los organismos internacionales y el resultado de lo que hagan otros países -Francia prevé abrir los colegios en mayo-, con avances y retrocesos en función de la evolución de la enfermedad, sin descartar futuros confinamientos. Nos dicen que el mundo no puede ser el que era, al menos hasta la vacuna; que no se puede pensar en volver a la normalidad de un día para otro. Las mascarillas formarán parte de nuestro atuendo cotidiano y tendremos que aprender a sonreírnos con la mirada y hasta tocarnos con guantes para no deshumanizarnos del todo.

No podemos salir del confinamiento en permanente desconfianza. ¿No observan un exceso de irritabilidad? No podemos vender como una proeza el encuentro Sánchez-Casado que debería formar parte de la normalidad democrática con un arco parlamentario tan plural, como lo es la sociedad. No se lo merece la ciudadanía castigada emocional y económicamente. Para volver, necesitamos tener confianza en los expertos que asesoran al gobierno central y a los gobiernos autonómicos que permitirán que los políticos tomen las decisiones y necesitamos mucha responsabilidad individual porque, por ejemplo, no podrá haber un policía en cada parque o en cada “urba”. Porque quienes defienden hoy una medida con gran convencimiento, no dudarán en echarle la culpa al gobierno si sale mal. Se exigen tests masivos y se habla de los pasaportes de inmunidad, pero el virólogo italiano Andrea Crisanti, en una entrevista en El Confidencial, afirma que “ni siquiera sabemos si la respuesta inmunitaria protege contra el virus”. No podemos salir de ésta con crispación ni teorías apocalípticas, que no salvan vidas. Las vidas las salvan los sanitarios, los y las investigadoras que buscan la vacuna, la comunidad científica que reflexiona sobre las causas de esta pandemia. Como recuerda María Blasco en su charla en Eldiario.es, “Si ahora tenemos tratamientos para la COVID19 es gracias a la investigación”. Confiemos en la Ciencia, con sus inevitables dudas, y exijamos más presupuesto en Ciencia y Sanidad. De lo contrario, volveremos sin la lección aprendida.

El historiador Yuval Noah Harari afirmaba en un reciente artículo publicado en El País que “La humanidad se enfrenta a una crisis, no sólo la del coronavirus sino a una crisis de confianza entre las personas. Para superar una epidemia, la gente necesita confiar en las autoridades y los países necesitan confiar unos en otros”. Soy de la opinión que necesitamos generar y exigir un clima de confianza, y eso está al alcance de cada uno de nosotros. Deberíamos confiar más en los demás y unirnos como sociedad, como comunidad. Esta semana, el President Ximo Puig apelaba en su discurso en Les Corts al gran acuerdo valenciano, donde “la lealtad es la que nos une a nuestro pueblo, como un cordón umbilical de respeto a nuestra gente, al destino compartido por nosotros y las próximas generaciones”. Es la hora de la unión para salir reforzados como sociedad, como país. Si no somos capaces de actuar en esta crisis como un país unido con un objetivo común, seremos un país más débil, más vulnerable a éste y a futuros virus. Es la hora de una Europa unida y solidaria que le permita recuperar el apoyo popular perdido. La batalla contra el virus también se libra dentro de nuestra propia humanidad. Nos une un objetivo común: volver a la normalidad cuanto antes y en las mejores condiciones posibles.

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