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Jesús Javier Prado

De Michael a Michael

Estaba viendo el quinto capítulo del estupendo documental de Netflix dedicado a Michael Jordan, cuando llegó la noticia de la muerte de Michael Robinson. Pasé de volver a ver los mates imposibles de un negro único con la lengua fuera, a recordar nuevamente el estilo inimitable y macarrónico de un inglés de pura cepa que después de ganar una copa de Europa con el Liverpool, ahí es nada, se vino a España para ser el ídolo del Osasuna. Pero el mejor Robinson vino después, reconvertido en locutor que creó un estilo nuevo casi sin querer y sin impostura alguna, y que aprovechando la llegada y la frescura de las teles privadas fue el presentador de El día después, o pareja del mejor comentarista de partidos de fútbol de los últimos tiempos, Carlos Martínez, o alma máter de las estupendas Informe Robinson (en tele) y Acento Robinson (en radio). Si al pianista James Rhodes se le ha tratado tan bien en España es porque antes pasó por los mismos sitios Robinson, y dejando muy alto el listón: Rhodes no para de decir que le gustan mucho las croquetas, pero es que Robinson podría añadir, qué sé yo, los churros, las torrijas hechas con vino, las morcillas de arroz, las alubias pochas a la marinera. A este país tan puñetero que tenemos, muchas veces la autoestima nos la proporcionan extranjeros como Robinson: por eso acaban siendo más españoles que nosotros mismos. Oigo en La Ser a Raúl Ruíz -el exjugador del Numancia que flipó a Robinson cuando vio el desparpajo que tenía frente a las cámaras- relatando agradecido lo que iba diciendo Michael de él por las esquinas: «¡Quiero fichar a este pavo!» Hace falta mucho cuajo y sentir mucho los colores para soltar una frase como esa habiendo nacido en el centro de Leicester? Y de Michael a Michael, aunque con alguna lágrima que otra por medio, sigo con el documental de Jordan, The last dance, el lema que escogió el súper-entrenador de los Chicago Bulls (vaya tipo, Phil Jakson) al empezar la temporada 97/98, la que podía ser la última para Jordan y su banda. El documental es fantástico, porque explica la historia del rey -un rey que aparece con 15 kilos de más pero con los mismos ojos vidriosos de felino, y que a veces parece que va a fumarse un puro con el que quemar billetes de cien dólares delante del entrevistador- pero también de su equipo al completo, con imágenes inéditas, con declaraciones de compañeros importantes ( Pippens, Rodman, Grant) o de rivales superlativos ( Bird, Magic Johnson, Isiah Thomas), con momentos memorables explicados al detalle. Tratándose de uno de los tres que podría optar a ser declarado el mejor deportista de la historia, el documental no se cae, no es de vainilla, no es almibarado ni hagiográfico: es un producto de primera que explica la carrera fantástica de Michael Jordan, su determinación brutal y su fiereza competitiva, pero también sus dudas y miedos sobre la idea de Jakson de que dejara de ser el chupón del equipo, su odio y desprecio sobre los Pistons, sus rechiflas públicas al manager general que quería echarlos habiendo ganado todo. Un máster visual sobre el talento individual, sobre las obligaciones que tiene ser el líder, sobre la fuerza imbatible del grupo como refugio de todos. Un must-see para cualquier loco del deporte. Viendo fechas caigo en la cuenta de que Robinson empezó su carrera como comunicador deportivo al inicio de los 90, justo cuando Jordan empezaba a coleccionar anillos volando por los aires. Así que durante esa década enterita estos dos nos hicieron más alegre la vida, uno quitando solemnidad y rigidez a esa pasarela de egos que es el fútbol, y otro saltando hasta la estratosfera en el baloncesto. Y encima teníamos casi treinta años menos todos: la madre que nos parió, que diría Robinson, con su perfecto acento inglés de toda la puñetera vida.

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