Después de mes y medio desde que se decretó la situación de alarma, con el consiguiente confinamiento de la población que, salvo contadas excepciones, se ha llevado de forma ejemplar, a pesar de ser una situación inédita en nuestra historia, es lógico que, a la vista de los descensos en nuevas infecciones y muertes y el aumento de pacientes recuperados, haya una expectación muy grande sobre las posibles medidas para salir ordenadamente de él y de una manera progresiva hacia ésa "nueva normalidad" en la que todos tendremos que habituarnos a vivir, por lo menos en una primera etapa.

El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha explicado los acuerdos que, a tal efecto, ha tomado el Consejo de Ministros del 28 de abril. El desconfinamiento se hará por fases y de forma asimétrica por territorios. Parece lo acertado. El coronavirus aún no ha sido derrotado y hay peligro de rebrotes, que podrían ser muy peligrosos. Y, su afección no ha sido igual en toda España. Hay zonas a las que ni ha llegado y en otras se ha ensañado. Es lógico que la salida controlada también tenga en cuenta estas circunstancias.

Y era el momento de explicarlo y de aplicarlo. Estábamos asistiendo a un espectáculo, poco edificante, sobre qué territorio y en qué condiciones iba a ser el primero en empezar la desescalada. Oíamos a presidentes de CC.AA. declarar que querían que la suya fuera la primera en iniciar ése proceso de desconfinamiento porque, según ellos, reunían las condiciones adecuadas a tal fin. Había presidentes de Diputación que planteaban que su provincia debería ser la primera en base a una serie de supuestos que podrían justificarlo. Cada vez más aparecían alcaldes que reclamaban que su ciudad debería ser la pionera, en este proceso, por una serie de argumentos bien expuestos.

Se había iniciado una carrera para ver quién se apuntaba el tanto de ser el primero. No es el tema del coronavirus algo para una competición de ésa forma. Es un tema serio y todavía no está resuelto. Las ganas de relajar el confinamiento son normales y legítimas y, por ello, era imprescindible que el Gobierno, que tiene las competencias a tal fin dictara, tras debate con las CC.AA, un calendario como el que se ha dado a conocer. De la evolución de la pandemia y del comportamiento ciudadano dependerá su mejor cumplimiento. Esperemos ser todos conscientes de ello.

También ha sido muy útil el mensaje que ha trasmitido el Gobierno del PSOE-Unidas Podemos en el sentido de que una de las enseñanzas de esta crisis, es la necesidad de reforzar el denominado Estado del Bienestar, especialmente en lo que hace referencia al Sistema Nacional de Salud, los Servicios Sociales, la Dependencia y el deseo de blindar en la Constitución el derecho a una Sanidad Pública universal, gratuita y de calidad.

El coronavirus ha sido algo novedoso y muy agresivo. Ha afectado a todos los países. Los que tenían una Sanidad más potente han podido luchar mejor contra él. Otros, como España, que venían desmantelando la Sanidad Pública desde años atrás lo han pasado mucho peor. Habría que recordar aquí cuando se decía que en la Sanidad Pública se derrochaba mucho y que, por eso, la Sanidad privada o concertada era mucho mejor. Se reducían las partidas presupuestarias a la pública en personal y medios y, curiosamente, aumentaban para los conciertos con la privada. Y eso lo hacían unos políticos con nombre y apellidos y con unas siglas detrás, especialmente del PP aunque también había del PSOE. Ahora todo parece haberse olvidado. La Sanidad pública española no está así porque no había otra solución. Sí la había, pero se prefirió mirar para otro lado. Cuando las mareas blancas salían a la calle a defenderla no lo hacían por pasear por ellas, lo hacían por algo muy serio como ahora puede verse.

Y, para evitar que estas situaciones se repitan, hay que poner medios. Todos deben aportar en plan constructivo y no sólo destructivo. Como se dijo alguna vez: "En tiempos de crisis, los inteligentes buscan soluciones y los inútiles culpables".

Salir del confinamiento también debe permitir que España lo pueda hacer sin dejar a nadie atrás. La experiencia de la anterior crisis, de la que muchos aún no se habían recuperado, debe servirnos para afrontar una reconstrucción entre todos y para todos, por vez primera. Y de forma urgente y generosa, sin partidismos ni exclusiones.