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Pablo, caperucita, los cabritillos y los tres cerditos

Por mucho traje de Amancio que se ponga, es un lobo. O, mejor dicho, es el lobo, cánido astuto de garras bolivarianas y colmillos chavistas. El pobre señor Feroz es un aficionado a su lado. En el espécimen antropófago que me ocupa se compendian todos los malvados personajes de los cuentos infantiles€ "Queridos niños, yo soy el que os deja salir, el que ha conseguido que podáis pasear con vuestros juguetes. Venid a mí, venid..." Como poco, acojona.

Como no es plan de extenderse en metáforas, en pleno uso de mis facultades confinadas y haciendo gala de la poca paciencia que me proporciona la difusa y confusa ciencia institucionalizada por y en vodeviles varios, y en crueles e inhumanas estadísticas, me voy a detener en tres narraciones de aquellas que me contaban y que yo he trasmitido a mis hijos (pido perdón por pasarme por el forro de los lamentos el lenguaje inclusivo, lo más exclusivo que existe, digo). A saber, Caperucita, los cabritillos y los cerditos. Carne de cañón todos ante el taimado depredador.

A la niña del capuzón colorado la mandan al Mercadona, hace la compra y, paseando, va a ver a su abuela, recluida en su morada del bosque, con el objetivo de proveerle de viandas. Le han dado permiso para ello. Y el mismo que le ha otorgado el salvoconducto es el que le espera en el camino. ¿Dónde vas, caperucita? (como si no lo supiera, el puñetero). La tierna y crujiente niña contesta inocente que a casa de su abuelita, a llevarle las cosas de peso, que la mujer no debe salir. "Ves, ves, no le hagas esperar, Pero ve por este camino, que es más seguro...".

El lobo le indica el camino más largo mientras él, ávido de carne, coge la autovía y se planta en la casa de la abuela enseguida, entra, se la come, ocupa sus ropas y su cama, le expropia los terrenos y se tumba esperando a la pobre chiquilla, tan pancha y tan larga. Al rato ésta golpea la puerta, pues el timbre no va, le han cortado la luz a la vieja señora. "Pasa, pasa" dice él. Y ella, incauta y engañada niña, entra y cae en la trampa. A la barriga del lobo, devorada. No queda de ella ni los zapatos.

Este mismo animal es el que, a base de insistir en el umbral de la entrada de la choza de los cabritillos, y venga a insistir con que le dejen entrar, una y otra vez, a todas horas, consigue que estos descerebrados piquen, se coman la mentira y, merced a una garra maquillada de blanco, confíen en esa voz tragadera de huevos y faciliten el acceso. De nuevo, al igual que con la tonta de antes, entra, ocupa la casa, se hace con los efectos personales de la dueña del habitáculo, la señora cabritilla, y se jama sin compasión a todos (circula el rumor que uno se escapó al esconderse en un reloj, pero este hecho no está contrastado, es una Fake, un bulo contrario a los intereses del lobo).

Hecha la digestión marcha el insaciable carnicero en busca y captura de lo poco que queda, Tres cerditos, cada uno distinto. El primero le teme, pero como le han dado una paguita, con ella se ha construido una casa de paja con internet y tele por cable, para qué más. No se considera en peligro. Pero, ¡ay, Carmela!, el lobo sopla, derriba la chabola, y el gorrino confiado sale cortando a esconderse en casa de su hermano.

El segundo, entre paga y chapuzas, ha levantado un chalé de madera, con balsa de agua y huertecito. Una monada, oiga. Su hermano se refugia en ella, el lobo aporrea la puerta y soplando y soplando, la tira abajo. Maderas a mí. Los dos cerdos huyen despavoridos a casa del tercer marrano. Éste se lo ha currado bien. Ha edificado un fortín, inaccesible a los bufidos de un coyote que olfateando encuentra un punto débil en el búnker y accede a él por la chimenea. Y es ahí donde, merced a la previsión del cerdito trabajador, el lobo palma abrasado en las llamas. Final feliz, ¿no?

Pues no. Echad cuentas. Por el camino se han quedado caperucita, los cabritillos, el bosque arrasado, las casas destruidas, los bienes enajenados y la abuela muerta. Todo convertido en un erial. Vale que el lobo termina pagando sus fechorías, pero el daño que ha hecho es brutal, los bienes enajenados, las vidas destruidas...

Ahora pues os toca a vosotros, queridos niños, interpretar los cuentos, extraer la moraleja y meditad bien qué, y sobre todo a quién, estamos permitiendo todo lo narrado. Eso sí, para que quede claro. A todo lo escrito y a todo lo posiblemente deducible, dado que amo mi libertad, añadid, que yo añado, supuestamente. Salud que no nos falte.

(*) Tomás Salinas García es secretario general de CSIF en la Diputación de Alicante

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