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Joaquín Rábago

Opinión

Joaquín Rábago

De la plaga de Ática a la pandemia del coronavirus

Epidemiólogos de todo el mundo coinciden en que lo que ahora sucede lo previeron algunos ya hace años, que advirtieron del peligro a los Gobiernos, entre ellos el de Washington, más interesado, sin embargo, en hacer frente a la «amenaza» rusa que en estar preparados para una pandemia.

Uno de esos expertos es Frank Snowden, octogenario profesor de historia de medicina de la Universidad de Yale, él mismo infectado ahora con la Covid-19, y autor de un libro importante en torno a las epidemias y la sociedad (1).

Snowden no acierta a comprender cómo se puede estar tan ciego como lo están la mayoría de nuestros gobernantes: «Cuando el presidente Donald Trump se pregunta ahora que quién podría habérselo imaginado, mi respuesta es que cualquiera».

Pero nadie hizo nada. Todos los Gobiernos, del Este y del Oeste, estaban más preocupados por invertir en nuevos armamentos que en tomar medidas para prevenir la irrupción de un microorganismo capaz de destruir vidas y economías.

Hubo no hace mucho un par de sustos, el del Sars (síndrome respiratorio agudo grave) y el de la gripe aviaria, que pronto parecieron caer en el olvido. De ahí que, como critica Snowden (2), la UE no haya diseñado una política común frente a las pandemias, escaseen los fondos en la OMS y los hospitales no tengan capacidad para acoger a los infectados.

Con toda la gravedad de la Covid-19, Snowden recuerda otras epidemias más letales como la llamada peste negra, que salió también de Asia y llegó a Italia a través de las rutas comerciales y acabó con un tercio de la población de Europa en el siglo XIV, además de causar muchos más millones de muertes en África y Asia.

Pero hubo ya antes de aquella peste otras graves epidemias: por ejemplo la plaga del Ática, que azotó a la Grecia del período clásico entre el año 480 y el 426 antes de Cristo, o la malaria, que hizo auténticos estragos en el sur de Europa en el siglo V después de Cristo y fue uno de los factores que contribuyeron a la caída del imperio romano.

En Gran Bretaña, nos recuerda también Snowden, la viruela puso fin a la dinastía de los Estuardo, mientras que el poderoso ejército de Napoleón no fue vencido en la campaña de Rusia por las tropas enemigas sino por las fiebres tifoideas.

Entre 1851 y 1910 se celebraron diversas conferencias internacionales en búsqueda de medidas contra la propagación del cólera, que estaba causando también estragos, y en ellas se decidió aplicar cuarentenas para las tripulaciones de barcos además de limitar los viajes.

Pero hay otros paralelos entre lo que ocurre con el actual coronavirus y otras pandemias históricas: del mismo modo en que ahora EE UU insiste en culpar a China del brote epidémico, durante la Edad Media se buscaron fáciles chivos expiatorios: por ejemplo, las prostitutas y los judíos, lo que dio lugar a espantosos pogromos.

En la famosa novela Los Novios, de Alessandro Manzoni, se habla de cuatro españoles a los que se dio cruel muerte como sospechosos de haber llevado la peste al norte de Italia, y algo parecido ocurrió con el cólera en EE UU cuando muchos ciudadanos de ese país acusaron a los inmigrantes de haber contribuido a su propagación.

Para Snowden, el problema es que se desaprovechan los avances de la medicina. Hace tiempo, explica, que podría haberse desarrollado una vacuna contra el coronavirus, pero una vez que desapareció el Sars y que el Mers (síndrome respiratorio de Oriente Medio) demostró no ser fácilmente transmisible, los laboratorios perdieron interés porque no era rentable.

«A fin de cuentas, a la industria farmacéutica sólo le interesa el negocio. Tenemos el mismo problema con los hospitales. Las medidas preventivas contra las epidemias no dan dinero como las grandes intervenciones quirúrgicas», critica Snowden, para quien si «hay que sacar una lección de esta epidemia es que la salud debe ser un derecho humano».

(1) Epidemics and Society. From Black Death to Present. Ed. Yale University Press.

(2) Declaraciones a Der Spie gel.

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