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Joaquín Rábago

Vacunas y libre mercado

La multinacional Sanofi ha indignado a algunos gobiernos europeos por el anuncio que hizo esta semana de que será Estados Unidos el primer país en beneficiarse de la vacuna contra el Covid-19 en la que trabajan sus investigadores.

Según el británico Paul Hudson, presidente de la farmacéutica francesa, se dará prioridad a los ciudadanos de EEUU porque su Gobierno es el que más dinero ha invertido hasta ahora en su financiación.

Hudson se refería así al acuerdo firmado con el organismo público Advanced Research and Development Authority (Barda) para permitir tanto el desarrollo como la producción y distribución de la futura vacuna en aquel país.

Alguien tan poco sospechoso de ideología socialista como el presidente francés, Emmanuel Macron, expresó ya el jueves su irritación por el anuncio de Sanofi y señaló que las vacunas son un bien público y no pueden estar sometidas a la lógica del mercado.

Según Macron, hay que encontrar una solución multilateral de tal manera que todo el mundo, tanto los países ricos como los pobres, puedan beneficiarse por igual de la existencia de una vacuna. Algo que, sin embargo, sabemos que no va a ocurrir.

El europarlamentario cristianodemócrata alemán Peter Liese calificó a su vez de "desvergonzadas" las palabras del consejero delegado de Sanofi y recordó que esa multinacional siempre acude de pedigüeña a Bruselas cuando se trata de conseguir subvenciones.

Liese dijo que se tomará nota de ese comportamiento y amenazó a la multinacional francesa con la concesión de licencias obligatorias, que permitiría que laboratorios distintos del titular de la patente fabricaran y comercializaran la vacuna.

El portavoz del partido de la canciller Angela Merkel en el Bundestag, Michael Heinrich, calificó también de inaceptable que una multinacional establezca prioridades nacionales porque pone en peligro "un sistema establecido y fiable para la justa distribución de vacunas y fármacos".

En círculos gubernamentales de Berlín se cree que con su anuncio de privilegiar a los norteamericanos, Sanofi persigue una clara estrategia: conseguir las mayores subvenciones posibles en la UE.

La ministra alemana de Investigación, la también cristianodemócrata Anja Karliczek, anunció esta semana un programa especial de 750 millones de euros destinado al desarrollo y la producción de una vacuna contra el nuevo coronavirus.

En declaraciones al diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, el presidente de otra de las grandes multinacionales del sector, Vasant Narasimhan, de Novartis, aseguró que "el desarrollo de una vacuna no va a frustrarse en ningún caso por insuficiente financiación".

El problema, dijo, será su distribución. Así, a raíz de la epidemia de gripe porcina en 2009 se vio cómo los países ricos fueron los primeros en beneficiarse de una vacuna mientras que a los pobres les tocó esperar a una segunda tanda de vacunas.

En un comentario publicado en sus páginas económicas, el antes citado diario de Frankfurt escribe que el anuncio del jefe de Sanofi de dar un trato de favor a los norteamericanos equivale en cualquier caso a vender la piel del oso antes de cazarlo.

Es como si ese alto ejecutivo tratara de que los distintos países europeos se pusieran a competir entre ellos, pujando cada uno más para conseguir la vacuna. Se fomentaría una especie de nacionalismo farmacéutico.

Pero si Sanofi ha logrado de momento 30 millones de dólares del organismo público norteamericano, se trata de una cantidad irrisoria comparada con los 2.200 millones de euros de ganancias obtenidas sólo el año pasado con sus otras vacunas. Pedir subvenciones con tales beneficios es el colmo de la desvergüenza.

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