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Manuel Desantes Real

¿Dónde está Europa? (VII) Las cartas sobre la mesa

Al menos esto habría pensado Hércules Poirot en su afán por encontrar al asesino. Con inusitada celeridad, todos los protagonistas de esta compleja partida de bridge han presentado sus credenciales en los últimos días. Así que, queridos lectores, prepárense para una mano histórica.

El Parlamento Europeo se ha manifestado dos veces: por una parte, el 17 de abril, cuando urgió a la Comisión a proponer un paquete de recuperación y reconstrucción a gran escala financiado por un mayor presupuesto; por otra, el 15 de mayo, donde ya concretó que el "Fondo de Recuperación y Transformación" debería incluir 2 billones de euros, de los que la mayoría deberían ser subvenciones. España fue el primer país en enseñar las cartas y hay que reconocerle el arrojo porque obligó a los demás a retratarse: el 19 de abril reclamó la creación de un Fondo de 1.5 billones financiado con deuda perpetua de la UE. Francia y Alemania sorprendieron el 15 de mayo con una Iniciativa para el relanzamiento económico donde proponían destinar 500.000 millones de euros a subvenciones no reembolsables. Y el 23 de mayo los países llamados "frugales" -Austria, Dinamarca, Suecia y los Países Bajos- destaparon su as para arrojar un jarro de agua fría: solo préstamos sujetos a condiciones muy estrictas.

Ayer, por fin, la Comisión Europea presentó oficialmente su Plan de Recuperación: 750.000 millones de euros en dos años (2021-2022), financiado con la emisión de bonos europeos: de ellos, 500.000 millones en forma de transferencias. Los detalles los ha publicado cumplidamente este periódico hoy mismo y a ellos me remito.

Repasadas las urgencias -a saber, los números, los tipos de medidas financieras y el reparto- conviene detenerse en las importancias. Y es que todas las propuestas que hoy descansan sobre la mesa tienen doble lectura y la que de verdad importa a largo plazo es la segunda. No seamos ingenuos: no va a haber acuerdo sobre las medidas financieras -que son coyunturales, es decir, para "recuperar"- si no existe previamente otro mucho más complejo sobre los aspectos estructurales, a saber, dónde quieren nuestros representantes conducir a la UE a medio y largo plazo y cuáles son las condiciones y las "reformas" impuestas a los Estados miembros con vistas a hacer posible esta visión.

Aquí radica la verdadera piedra angular de todo este alambicado artesonado y a este empeño me gustaría dedicar en exclusiva otro capítulo de esta serie. De momento, quédese el lector con una copla: nadie va a dar duros a cuatro pesetas y quien piense que las generosas viandas van a repartirse a manos llenas y en modo café para todos está -afortunadamente- muy equivocado. Las administraciones -nacionales, autonómicas, provinciales y locales- van a tener que hacer muy bien los deberes y no estaría de más empezar a aplicarse ya -porque es bien sabido que luego todo son prisas- a preparar proyectos sólidos donde elementos como la transición ecológica, la transformación digital o la educación masiva en nuevas tecnologías aparezcan transversalmente por todos sus poros.

¿Y ahora qué? Pues ahora se inicia, a contra-reloj, una negociación a múltiples bandas --Comisión con cada Estado o con varios a la vez, Comisión con Parlamento, Troika con todos los Estados y con la Comisión, Estados entre sí bilateralmente o por grupos €- donde solo vale al final el acuerdo por unanimidad sobre el paquete en su conjunto, comprendiendo a) el qué y el cómo del Fondo de recuperación, b) el Presupuesto de la UE para el período 2021-2027, que lleva dos años negociándose y que la Comisión evalúa por primera vez en 1.850.000 millones de euros, c) las condiciones impuestas a los Estados beneficiarios de las transferencias y de los créditos y d) las líneas maestras sobre una cuestión no baladí, a saber, cómo se va a conseguir ese maná de 750.000 millones. Evidentemente, esta vez no vendrá del cielo sino a) de ahorros en otros capítulos, b) de contribuciones de los Estados miembros, c) de nuevos impuestos comunitarios como impuestos al plástico, a las emisiones de CO2, al acceso al mercado interior de las multinacionales o a los beneficios de las empresas digitales y, d) necesariamente, de una emisión masiva de bonos garantizados por el presupuesto comunitario y con un vencimiento máximo de treinta años que comenzarían a devolverse en el año 2028.

¿Dónde van aparecer las chinas en los zapatos? El Parlamento Europeo, que está haciendo bien su papel y pide mucho más pero que sabe que o cambian radicalmente las cosas o podría volver a aparecer como convidado de piedra. Alemania y Francia habían presentado una propuesta más modesta y sin préstamos. Y, sobre todo, los países "frugales", que no quieren oír hablar de transferencias, que han puesto encima de la mesa condiciones muy claras de reformas económicas y que van a contabilizar al milímetro cuánto acabarán poniendo en el pote común cada uno de ellos una vez acordado lo que se debe detraer de otros apartados menos "relevantes" y lo que se piensa recaudar de los nuevos impuestos. Toda una jugada a cinco bandas en esta partida de billar con opciones múltiples en las vueltas que debería conducir a la consecución del punto antes de la canícula pero que, con mucha probabilidad, sólo conoceremos una madrugada de septiembre tras ardua labor diplomática. La buena noticia es que Alemania asume la presidencia del Consejo de ministros en el segundo semestre de este año, lo que, si bien le resta algún margen de maniobra, le obligará sin duda a poner toda la carne en el asador para conseguir un acuerdo unánime cuanto antes.

No desespere el lector, estas son las reglas del juego y hay que aceptarlas: es el precio de cambiar las espadas por las palabras, de tener que convencer -no vencer- a los otros 26 de que la mejor posición no es la más buena para mí sino la menos mala para todos, de que nadie debe tener la sensación de ser pasado por la piedra ni de que tira la piedra y esconde la mano, de buscar con ahínco el "interés común" olvidando el amor y de la aplicación de un principio envenenado de la negociación internacional según el cual "nada está decidido hasta que todo está decidido". Hoy toca regocijarse y proclamar que Europa sigue viva y colea, que, por fin, se asoma con la promesa de buenas noticias en las portadas de los periódicos y que hasta empieza a despertar la curiosidad de los ciudadanos. Bienvenida sea, pues, porque nadie, ni el mayor de los euroescépticos, ha sido capaz de proponer un plan B para sacarnos de este atolladero.

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