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Ángeles y arcángeles

"El ministro del Interior ha cesado en dos años a siete altos mandos policiales, a dos de la Guardia Civil, una secretaria de estado, un director general, y dos directoras", publicaba hace unos días El País. Y se quedaba corto, puesto que son ya tres los altos mandos de la Benemérita (dos generales y un coronel) que han sufrido la furia del nuevo ángel exterminador en que se ha convertido nuestro ministro del Interior Grande Marlaska. Y lo tenía mucho más fácil: si hubiera dimitido él, problema resuelto. El gran y grande -este sí- Luís Buñuel (genial director de cine español por si alguno o alguna no lo conocían dada la pandemia ideológica y la supina ignorancia de nuestra extrema izquierda), dirigió en México, en plena fiebre surrealista, la película El ángel exterminador. Una ácida y desasosegante metáfora sobre la degradación del ser humano, sobre el comportamiento de las personas cuando las circunstancias sociales, de convivencia u otras, se ven sometidas a diversas convulsiones. En la película de Buñuel varias personas son invitados a una mansión. Tras la cena, quedan encerrados en la casa sin poder salir. Con el paso de los días el confinamiento (¿les suena?) se torna cada vez más difícil y áspero hasta hacer aflorar lo peor de cada uno (y de cada una, que si no la ultraizquierdista Irene Montero me riñe).

Con los reiterados ceses de altos cargos en el ministerio del Interior que reseñaba El País, sobre todo los más recientes de la Guardia Civil, Grande Marlaska ha retratado su verdadero talante exterminador, como el ángel de Buñuel. Pero mientras el cine se ve desde las butacas, la realidad se vive desde la conciencia y el honor de las personas, máxime tratándose de la Guardia Civil, cuya principal divisa es precisamente el honor. Resulta del todo reprobable, democráticamente insostenible, éticamente falaz y estéticamente lamentable, que se pretenda vestir de normalidad por falta de confianza lo que es a todas luces un escarmiento motivado por un informe sobre el 8-M y la covid-19 que la Guardia Civil, en funciones de policía judicial, remite a un juzgado por orden expresa de la juez que lleva el caso. Resulta cuando menos curioso, por no decir un sarcasmo intolerable que, en plena crisis sanitaria, con más de 40.000 muertos y más de 200.000 infectados, el señor ministro pierda la confianza en altos mandos de la Guardia Civil y nos hable de "redistribución de equipos". Lo peor que soporta un pueblo adulto es que se le tome por tonto. Y para que todo sea lo que realmente parece, Grande se saca de la manga el as salarial anunciando subidas de sueldo a la Guardia Civil el mismo día de la dimisión del número dos de la Benemérita. Otra casualidad ocurrida en plena crisis sanitaria. Como hablamos de casualidad, de inocente "redistribución de equipos", el cese del coronel Pérez de los Cobos es aplaudido con arrebatado frenesí por Unidas Podemos (en el Gobierno de Sánchez) y por Rufián, el amigo de la Guardia Civil.

Y mientras seguimos viendo cine porque en España no ocurre nada fuera de lo normal, es normal que la empresa automovilística Nissan cierre su factoría en Barcelona, España, dejando en la calle a 3.000 familias y afectando indirectamente a más de 20.000. Y sin que se haya cerrado una sola de las embajadas del independentismo catalán, una vez más se confirma que todo lo que dice Sánchez se cumple puntualmente. Del no podría dormir con Podemos o jamás pactaré con Bildu, llegamos al "el empleo en Nissan está garantizado", que sentenció Sánchez con su proverbial credibilidad. ¿Redistribución de equipos? El mismo Rufián de hace un rato salta de la butaca del cine pidiendo nacionalizar Nissan, y el bolivariano de extrema izquierda Iglesias, en el Gobierno, advierte al mundo que las nacionalizaciones son perfectamente posibles. Pues bien, con estos discursos y estos actores se tiene que presentar el Gobierno de España ante Bruselas para mendigar dinero. Y los tontos europeos, encantados con Iglesias, Rufián, Bildu, Echenique, Torra y demás actrices secundarias, vienen solícitos en nuestra ayuda con decenas de miles de millones para que Rufián, Iglesias, Bildu, Echenique, Torra y sus embajadas, puedan gastarlos a discreción. Mamá me he hecho pipí, y llega papá Europa y nos cambia el pañal.

Saint-Just fue un revolucionario jacobino, seguidor de Robespierre, conocido durante la Revolución Francesa como el Arcángel del Terror. Bajo un rostro adolescente, asexuado, se escondía una de las más sanguinarias figuras del llamado Período del Terror, donde la guillotina cercenó miles de cabezas de toda condición. Algo que sufrió Danton en su propia cabeza cuando lo guillotinaron por orden de Robespierre y Saint-Just, sus otrora amigos y líderes revolucionarios. "El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible", decía Robespierre; a lo que Saint-Just apostilló "Aquellos que hacen revoluciones a medias no hacen sino cavar sus propias tumbas". El ultraizquierdista Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno, no persigue otra cosa que la verdadera revolución pendiente, la democrática, la que está funcionando en Venezuela, Cuba y otros paraísos de libertad. Quizás ahora no sea el momento para la revolución final, pero si es el momento inicial para imponer las condiciones que le permitan no quedarse con su revolución a medias. Nuestro peculiar Arcángel no tiene, de momento, la cabeza de Danton en su punto de mira, entre otras cosas porque aquella rodó hace más de 200 años. Pero, ¿ven ustedes dos alguna otra cabeza, hoy amiga de Saint-Just, que pudiera rodar mañana para que el altar de la revolución pendiente no se quede a medias? A mí no me pregunten, yo soy de letras. A más ver.

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