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Rafael Martínez-Campillo

La muralla verde

Los doce Países que integran la región del Sahel están empeñados desde hace más de diez años en la construcción de una gran Muralla Verde para evitar la desertificación de esta inmensa zona africana, que de costa a costa, del Atlántico al Mar Rojo, con una superficie de cuatro millones de metros cuadrados, alberga una de las poblaciones más pobres del mundo, el llamado «cinturón del hambre» y donde hoy se están librando las más cruentas batallas contra la expansión del terrorismo islamista, que ha elegido este territorio como su gran refugio.

La Muralla Verde, pretende plantar millones de acacias a lo largo de ocho mil kilómetros y así poder frenar el avance del desierto de Sáhara hacia el sur. Sin embargo, este loable propósito ambiental y estratégico contra la pobreza tropieza con el desgaste de recursos que supone la batalla contra el mundo terrorista y, en particular, contra la implantación del Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS), en el que están implicados cinco Países del Sahel, denominados G-5, junto a Francia y, en menor medida, junto a España.

En este contexto, la importancia en la solución definitiva del problema que aqueja durante cuarenta años al antiguo Sáhara español, hoy provincias del sur del reino de Marruecos, resulta imprescindible. España, que tantas vinculaciones históricas y humanas tiene con este territorio, debe ayudar a superar el conflicto y el sufrimiento que causa a los ciudadanos saharauis. Ahora con mayor sentido, en la medida en que las regiones del Sáhara y del Sahel o se convierten en motores de la nueva África o durante muchos años quedarán condenadas a vivir en el conflicto y en la miseria con la pertinente amenaza a España y a Europa. Ese ánimo integrador que también ha movido las importantes inversiones de empresas de Alicante, como Vectalia y Balearia en nuestro país vecino y hermano de Marruecos.

Los conflictos territoriales, étnicos, religiosos o sociales, se eternizan hasta que encuentren la pieza maestra que mueve a la buena voluntad de las partes y de ahí al consenso, basado en propuestas razonables y válidas para todas las partes.

Hace tiempo que el mundo diplomático y los expertos en conflictos y en soluciones saben que estos acuerdos requieren traspasar la barrera de los prejuicios morales que se encierran en dogmas y afirmaciones críticas.

Las personas que miramos con neutralidad y ánimo pacificador la actual situación de Sáhara, creemos en la pertinencia de encontrar una solución política, inteligente y adaptada a la realidad, que integre el apreciado acervo cultural, lingüístico y étnico del pueblo saharaui junto a otros pueblos que hoy forman el reino de Marruecos.

Un modelo político que ya ha dado sus frutos en países de su entorno, y que ha resultado fructífero a las naciones, que son el fruto de largos periodos históricos de convivencia entre culturas y sentimientos heterogéneos pero con una voluntad común de convivencia y solidaridad, que tiene como eje la integración y que deja muy lejos la condición de vencedores o vencidos.

Decir autonomía para el Sáhara, es tanto como decir democracia, libertades ciudadanas y Estado de derecho. Porque la autonomía de la que estamos hablando, al igual que ha ocurrido en España, es tanto como dialogar sobre libertades ciudadanas que se articulan dentro de la distribución de competencias o funciones entre el Estado y la entidad autónoma. En suma, hablar de autonomía es hablar de la elección de un jefe de gobierno propio, de un parlamento propio, dentro de un Estado fuerte y con la garantía constitucional.

Es una solución integradora frente a caminos sin recorrido que favorecen a aquellos que necesitan la inestabilidad para justificar su existencia o que viven de las necesidades que los conflictos generan. Y debemos recordar que, en numerosas ocasiones, son más peligrosos «los ejércitos de salvación» que se crean en torno a un conflicto que el propio conflicto, en la medida en que aquellos necesitan que nunca muera el problema.

El Magreb y los países del Sahel necesitan la resolución definitiva del problema del Sáhara, seguir construyendo su movimiento reforestador que constituye la Gran Muralla Verde africana, revitalizar su economía y convertirse en un área estratégica del bienestar mundial, con el compromiso de España, de Europa y bajo la iniciativa de Naciones Unidas.

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