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La plaza y el palacio

Días de libros: "Pandemocracia"

El confinamiento fue la promesa de un tiempo para rescatar libros aplazados. Después no ha sido tan fácil. La presión ambiental y las desdichas del teletrabajo, el miedo o la desgracia, no han hecho posible lo que parecía sencillo. Mi programa se quebró en buena parte, aunque he conseguido leer las biografías de Pradera (Cercas) o de Heiddeger (Safranski), algunos estimulantes textos de Sennett o Sloterdijk. He recalado en alguna delicia de Cipolla o de Argullol, en alguna de las últimas novelas negras nórdicas -cada vez más iguales a sí mismas-, de Kerr o Fred Vargas -sigue sin gustarme-. También he visitado textos de antropología de las religiones, de historia de la Semana Santa y de historia de la ciencia, para no poner todos los huevos en el mismo cesto. Y varios más que voy olvidando: para eso sirve leer, para que el cerebro seleccione, con bisturí crítico inmisericorde, lo que se filtra en sus entresijos. Por supuesto estas lecturas no son canónicas, no pretenden ser sugerencias: dependen de un estado de ánimo determinado, de algún trabajo entre manos y de la edad a la que me pilló esto del coronavirus. Y de gustos peculiares: tengo en espera el volumen de Barea sobre Unamuno pero, también, un estudio sobre la espiritualidad de monjas catalanas en el barroco, y más novela policial. Y estoy acabando la historia del ejército de Austria entre el siglo XVII y la I Guerra Mundial, texto bien aprovechable para la reflexión sobre las penas de la táctica cuando no se insertan en adecuadas estrategias, sobre todo cuando el arrojo no va acompañado de una apropiada reflexión sobre los asuntos. De él saco una cita, aproximada, apropiadísima para tiempos en que los populismos buscan el aplauso de la totalidad del pueblo: cierto noble, tras las guerras napoleónicas, ante el Emperador, defendió a un militar diciendo de él que "era un patriota", el Emperador, circunspecto, preguntó: "Sí, un patriota; ¿pero un patriota de los míos?". Ese es el problema de los patriotas en tiempo de crisis, que creyendo ser los amos de lo suyo se ofuscan y encogen ante los que quieren convertirlos en su propiedad, siquiera sea con la mejor de las intenciones: la propia patria siempre es benévola, doliente y menesterosa.

Y ahora hago una excepción de lo que he dicho hace unas líneas: voy a recomendar un libro, casi a conminar a leerlo a todo interesado en la política: "Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus", de Daniel Innerarity, un autor que crece por momentos, elevando la reflexión y la filosofía política en España a unos niveles de coherencia y originalidad poco conocidos entre nosotros. Porque hace de la política misma el corazón de su reflexión, cuando estamos más acostumbrados a la contundencia de la urgencia o a los análisis de parte sobre "políticas", sobre aspectos parciales, a veces, desde luego, tratados con gran solvencia.

La virtud de Innerarity es que aborda una cuestión angustiosamente oportuna sin hacer oportunismo. Y lo consigue. Lógicamente es una lectura desde "el ahora" sobre unos hechos previos que invitan a mirar hacia el futuro. Si hay una lección en la obra es que deberemos aprender a explicar lo que nos sucede no desde lo que ya ha ocurrido, sino desde aquello que plausiblemente ocurrirá. Esta paradoja no es un juego de palabras, sino una invitación a reconocer la complejidad en la Historia, a aceptar con normalidad que el pensamiento lineal, sobre el que se construyó habitualmente el mito del progreso, debe ser sustituido por una inteligencia política que asuma la multitud de hechos que intervienen en las decisiones y en sus resultados. Sugeriré un ejemplo: estamos haciendo política como si un ingeniero, a la hora de diseñar un puente, sólo tuviera en cuenta la fuerza media de la corriente y no el peso a soportar, la posible incidencia de seísmos, la fatiga de materiales o la presencia de corrientes no habituales -pero posibles-. Quizá si el puente se hunde el ingeniero no sea responsable, según viejas reglas, pero sí lo sería teniendo en cuenta que estamos en disposición de comprender y usar nuevos mecanismos de cálculo adecuados. Siempre será más difícil aplicar el criterio a fenómenos sociales, o natural-sociales, como el cambio climático, la evolución de la UE o la globalización€ o las epidemias. Pero de eso se trata ya la política: de desatar los nudos que nos ligan a respuestas tan sencillas como falsas si no atienden a la complejidad o que tratan de hacer cuadrar las cuentas a martillazos, a base de mero voluntarismo o inventando nuevos hastags con los que hacer magia en las redes. Por eso todo político corre el riesgo, a su pesar, o no, de ser un irresponsable.

Innerarity destila en esta obra, para nuestro minuto histórico, lo que había venido definiendo en sus últimos libros, como "El futuro y sus enemigos", "Política para perplejos" y, sobre todo, "Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI", cuya presentación, por cierto, estaba programada en Alicante y que coincidió con el inicio del confinamiento -ahora se organiza la de "Pandemocracia"-. Siguiendo esa estela, no se trata de "decidir" si el futuro será mejor o peor, sino qué condiciones deben darse para que el avance sea posible, sabiendo que la repetición de ideas y gestos anteriores no servirá. No se trata de convenir si la globalización ha terminado: obviamente no va a terminar, de lo que se trata es de establecer nuevos límites a algunos de sus rasgos. O poner toda esperanza en el regreso del Estado: sino de qué tipo de Estado, bajo qué condiciones de gobierno, con qué financiación, con qué relación con la economía.

Libro, pues, más que recomendable: una compañía pertinente para las horas de libertad más o menos provisional de las que gozamos, porque nos enseña a luchar contra una ciencia política "de cuñados", algo que será muy importante para la política de la crisis económica y social que nos espera. Un libro que no brilla por su triunfalismo, que denuncia las estupideces de los manuales y sabios en autoayuda que indican que toda crisis es una ocasión para mejorar: al fin y al cabo hay infinidad de ejemplos históricos que muestran que las crisis han supuesto retroceso y daño. Igualmente, el principio de "cuanto peor, mejor", tan fácil de inventar y aplicar, es falso: "cuanto peor, peor" es una divisa más creíble. Entre otras cosas, afirma Innerarity, porque la integración de las enseñanzas de la crisis en el caudal de conocimiento es exasperantemente lento. Y, sin embargo, no es un ensayo pesimista: demuestra que la anticipación, el cambio, el avance, son posibles, y buenos aliados conceptuales para tejer el relato alternativo para los años por venir. Además de hora de enfadarse, es hora de pensar: si no pensamos, nos pensarán.

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