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Antonio Ortuño

El aquelarre del 8M

La brujería es tan antigua como la humanidad; chamanes, hechiceros brujas y curanderas, siempre han formado parte de la estratificación social de cualquier agrupación humana. Eran los hombres y las mujeres encargadas de ser los intermediarios entre el mundo natural y el espiritual; los que velaban por las buenas cosechas, por la salud, por la fertilidad o porque la caza fuese abundante. Cercano al año 1000, y con el auge de la Iglesia católica, el encontronazo entre los ritos chamánicos, la brujería y los intereses del clero fue inevitable. El hecho de que la gente acudiese al brujo o a la bruja del pueblo para solventar infinidad de problemas de salud o espirituales, dio lugar a que de alguna manera las instituciones religiosas vieran amenazadas su posición de ser los únicos y verdaderos mediadores entre Dios y el hombre. Y en defensa de sus intereses, comenzó la caza del hereje, la caza de brujas que tuvo su triste apogeo entre los años de 1400 y 1700. En un mundo patriarcal, inculto y supersticioso como era el del principio de la edad moderna, con la mujer fue especialmente cruel. Se les solía acusar de ser el mal personificado, mal que emanaba de su connivencia con el diablo. Las acusaciones, que siempre acababan con la tortura de una mujer en la hoguera, eran de lo más variadas y caprichosas. Se quemaron mujeres acusadas de provocar lluvias, de provocar sequías, de adorar y mantener relaciones sexuales con el diablo, de la enfermedad de un vecino o por la muerte de un cerdo. No hacía falta pruebas irrefutables, bastaba con la acusación de un niño para que una mujer fuese ejecutada.

El Partido Popular y los seguidores de Abascal siguen empeñados en su peculiar, torticera y maloliente cruzada de culpabilizar a la manifestación del 8 de marzo, y con ello a la mujer, de los males derivados del coronavirus que sufrimos los españoles. Poco importa que en Madrid ese fin de semana, por ejemplo, también hubiese un concierto de Isabel Pantoja, o que en el fútbol se jugara un Atlético de Madrid contra el Sevilla, o que el mismo 8 de marzo se celebró Vistalegre III; donde por cierto ya Abascal mostraba sus cartas, al presentarse como alternativa frente a ese «aquelarre» capitaneado por «locas del odio», como se llegó a describir a la movilización feminista del 8M. Tres actos que siendo seguramente mayoritariamente para hombres, «como el coñac», no merecen crítica alguna por parte de la derecha, para ellos la pandemia en España es cosa de mujeres.

A Pablo Casado y a Santiago Abascal no les importa basar sus estrategias políticas en una mentira, por muy injusta, inmoral e indigna que esta sea, si con ello van consiguiendo las metas que se han fijado. Acusando con saña al movimiento del 8M pretenden en primer lugar, seguir con la crítica destructiva contra el gobierno de España, y todo sea dicho, es lo único que saben hacer en la oposición. La segunda meta es echar un capotazo a Isabel Díaz Ayuso, presidenta popular de la comunidad de Madrid, tratando de tapar la total irresponsabilidad y la falta de corazón cuando negó una oportunidad de seguir con vida a miles de mayores ingresados en las residencias madrileñas. Por cierto, aún espero la manifestación, repleta de banderas españolas y defendiendo el derecho de nuestros mayores, de los mismos que otras veces han llenado las calles al grito de «asesinos» contra los defensores del aborto o de la eutanasia. Y la tercera meta, y no por eso menos importante, es responsabilizar y culpar de imprudentes a las mujeres. A unos cuantos, seguro les encantaría retroceder algunos siglos y, ante un tribunal de la inquisición, poder condenar a las mujeres responsables de la manifestación y que, con un castigo público como puede ser la hoguera, sirviera de escarmiento para el resto. Y así, a las mujeres amordazadas por el terror, se les invitaría a volver al hogar, a sus tareas de «ama de casa» y a cuidar de los hijos que Dios se digne a darle.

No será ni la derecha ni la ultraderecha ni sus mezquinas consignas las que consigan menoscabar el espíritu feminista que inunda una gran parte de la sociedad española. No serán ellos los que priven a las mujeres de sus derechos conquistados con mucho dolor, con mucha sangre y con muchísimas lágrimas. Tampoco serán ellos los que impidan que Ayuso se siente en el banquillo de los acusados para responder ante la frase «morirán de forma indigna», frase que por email le hizo llegar su consejero de Políticas Sociales tras recibir la orden de no enviar al hospital a los mayores dependientes de las residencias. Y en cuanto a su primer objetivo de menoscabar con mentiras la credibilidad de un gobierno legítimo, no sé si tendrán o no tendrán éxito. Tarde o temprano habrá elecciones generales, porque haberlas las habrá. Lo que dicten las urnas será la única verdad incuestionable en todo este vodevil y en esta nueva «caza de brujas» que es en lo que se está convirtiendo la política que se está llevando a cabo, para nuestra vergüenza, en el parlamento de todos los españoles.

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