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Manuel Alcaraz

Profesor de Derecho Constitucional de la UA

Manuel Alcaraz

Como no decíamos ayer

Todos están equivocados: la pandemia fue originada por una alianza entre informáticos avanzados y pedagogos vanguardistas para hacerse definitivamente con los procesos educativos y de reproducción ideológica. Es tan obvio que es invisible: como el aire o la luz. La enfermedad está precipitando procesos que encontraban resistencia no meditada: la pasividad de la costumbre, que a veces es muy juiciosa. Los pedigüeños de intimidad son pobres personas que no ignoran que dando a cualquier tecla de un ordenador algunas empresas saben más de su vida y sus cookies que su propio confesor. Pero ignoran que de lo que se trata es de redefinir la distancia y vínculos globales entre lo público y lo privado. Paradoja: a fuerza de preservar la intimidad personal, lo que colectivamente se consideraba privado, propio del mundo de la vida, cede un espacio enorme que será regulado por la fuerza institucional de los algoritmos y no por ninguna norma parlamentaria. Se trata ahora, pues, de presentar como inevitable tal proceso.

El capitalismo cognitivo sabe que ha de inventar un lenguaje renovado: todo, ahora, es "disruptivo". Y adornado con cuatro palabras en inglés conquista los corazones, sirve para una promesa de Ximo Puig, para una petición estereotipada de empresarios, para una bendición de Manuel Palomar y para una reflexión de Andrés Pedreño. Y para silenciar a cualquier critico (de hecho, yo sé que, desde ahora, mi vida corre peligro). Y todos tienen razón. Lo que pasa es que, precisamente por disruptivos, son procesos que implican a fuerzas transparentes y opacas, limpias y tenebrosas. Y eso exige algún proceso de autolegitimación. Que se basa en la utilidad y en la novedad. Evidentemente nada es mejor por ser nuevo -ni por ser antiguo-. Y que es rentable ya lo sabemos. Pero el mundo no termina ahí. Es de ver cuando a algún responsable político se le pregunta por costes de inventos o implicaciones sociales y nos contesta con noticias sobre aplicación de Inteligencia Artificial para detectar el cáncer de páncreas. El caso es que ya sabemos que la digitalización es muy útil para eso. Y para teledirigir drones, afinar el disparo de misiles o vigilar cualquier cosa. De verdad, mister disruptivo, lo sabemos. La primera brecha digital es la que se produce entre "ellos" y los demás, presuntamente tontos.

En un rasgo de inteligencia proverbial el Ministro Castells, a quien tanto tengo estudiado sobre estas materias, ha dicho que gracias a internet la enseñanza ha podido continuar. Es radicalmente cierto. Pero no todo lo que se está contando es toda la verdad. Hay agujeros inmensos en la cantidad y en la calidad, que los rectores tratan de tapar con las invocaciones al esfuerzo y preparación de los universitarios y sus aparatos. Porque la competencia entre Universidades es salvaje. Pero si se baja a la letra pequeña hay averías, porque una educación celebrada bajo unos niveles de estrés tan elevados debe ser puesta en entredicho. Que se haga lo mejor que hemos sabido con un gran esfuerzo debe ser cierto. Pero ni estábamos preparados -personal y colectivamente- ni es el fruto de una elaboración intelectual que tenga en cuenta todos los efectos.

Pero esto no me preocupa demasiado: es una crisis y sellamos la grieta como podemos. Me preocupa el futuro. Porque sin esa adecuada reflexión intelectual no sabemos dónde vamos. La sociedad, digo. O quizá sí: a un destino que comenzó cuando el Plan Bolonia dibujó un horizonte bello pero sin medios, sin profesorado, sin capacidad de sincronizar el número de alumnos con la nueva universidad. Una cosa es recurrir a la enseñanza a distancia por necesidad y otra decir que, como se ha demostrado que es posible, ya podemos estar masivamente ahí. Sin más presupuesto, sin más profesores. Y con interminables cursos de formación interna, llamados a la obsolescencia inmediata porque la lógica del sistema lleva a que cada 4 ó 5 meses surja una herramienta, apenas mejor, pero suficientemente legitimada como nueva para sustituir lo anterior y reiniciar el ciclo. Y así mejoran algunas cifras y los jefes sacan pecho.

¿Exagero? Pues claro. Esto es un artículo humorístico. Si no se ha dado cuenta es que está demasiado pendiente de la digitalización. Exagero, pues, pero no hasta el punto de no apuntar una posible corriente principal: la que lleva a que el profesor empeñado en atesorar críticamente conocimientos que trasladar a su alumnado a través del diálogo sea especie a extinguir. Para ser sustituido por gestores con capacidad de adaptación a la innovación continua que, esencialmente, se dirige unidireccionalmente a silentes y aislados alumnos tras pantallas, a la espera del correspondiente título. Una innovación que expulsa a la crítica del esquema: ¿para qué quiero criticar un algoritmo?, ¿para qué quiere crítica el alumnado que aspira a los caros másteres superespecializados, presenciales o, al menos, con pocos estudiantes? Habrá científicos regulados por la demanda del mercado y tecnólogos progresivamente intercambiables entre diversas ramas del saber.

Mi alumnado, estos meses, se niega a ser visto en las teleconferencias porque no van "arreglados". ¡Tantos años discutiendo sobre qué hacer si llegaba a clase una alumna con burka y ha sido la religión digital la que nos convierte a los profesores en exhibicionistas y a los alumnos en pasivos voyeurs! ¿Qué haremos?, ¿exigirles ver la cara?, ¿no seremos reos de un ataque a la intimidad? Es una muestra magnífica de ignorancia cultural en la aplicación de nuevos sistemas. El 11 de febrero, un Departamento de la UA acordó diversas medidas de urgencia€ no relacionadas con el coronavirus, sino como reacción a una crisis de gestión motivada porque "los procedimientos administrativos inherentes a la gestión de los asuntos propios de la vida departamental son cada vez más detallados y enrevesados. La complejidad se agrava por la naturaleza informática de la mayoría de ellos". La informática aplicada a las instituciones no hace la vida más fácil, permite hacer más cosas pero eso se equilibra con la acumulación de una racionalidad instrumental absurda, que exige continuamente datos sin sentido, incrementando el pensamiento burocrático. Nuevo y útil, ¿para qué? Me lo pregunto cada día cuando tengo que rellenar formularios y cambiar contraseñas. Nos rodean gentes con "síndrome del Everest": cuando le preguntaron al alpinista para qué quería subir dijo: "Porque está ahí". Cuando cosas esenciales se hacen sólo porque se pueden hacer el despilfarro de inteligencia está asegurado. Recurro al "Gaudeamus igitur", himno universitario, a ese verso que habla de la "molestam senectutem". Y proclamo, sin nostalgia, que lo mejor que el sistema puede hacer conmigo es jubilarme. Siempre me ha gustado el Derecho Constitucional y la Teoría Política. Provocar a los alumnos con preguntas incomodas. Pero no rellenar formularios y convertir la crítica en power point. No sirvo para esta universidad on line en la que proclamar "como decíamos ayer" es una estupidez y un insulto.

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