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La pluma y el diván

Malas compañías

Creo que todos somos conscientes de la complejidad que conlleva manejar una pandemia de un virus desconocido y con comportamientos erráticos, pero no es nada nuevo en el mundo lidiar con enfermedades contagiosas, por lo que se podría suponer que algo se habrá aprendido.

Puede dar la sensación de que muchas de las medidas que se han ido estableciendo son veleidosas. Al comienzo de la epidemia las mascarillas eran un artículo de lujo por su escasez y no había obligatoriedad porque no estaba demostrada su efectividad o su necesidad. Me sorprende porque corrió por las redes una foto de la pandemia de Influenza de 1918 donde llevaba mascarilla hasta el gato, y es literal. Ahora que la mascarilla ha dejado de ser artículo de lujo, porque las venden en todas partes, se convierten en obligatorias, con una cuantiosa multa para los trasgresores.

Otra incongruencia vistosa es la relacionada con las pruebas de detección. En época de escasez no eran tan importantes y poco después, sin tanta escasez, se convierten en fundamentales para el control de la epidemia. No obstante, a día de hoy, sigue sin estar claro qué pruebas y para quiénes serían necesarias y/o imprescindibles. Lo de medir la fiebre está muy bien, pero es a todas luces incompleto y tardío. Además, la guerra de cifras de víctimas por coronavirus está directamente relacionada con este asunto, que preocupa, y mucho, a millones de familias con nombre y apellidos.

Pero posiblemente donde más inconsecuencia se muestre es en relación a la circulación de personas. En las tristemente famosas fases asimétricas de desescalada se van dando las pautas de reunión, estableciéndose un máximo de diez personas, después de 15 y posteriormente de hasta 20, para llegar a indeterminadas y siempre con su correspondiente mascarilla. Supongo que no será una medida caprichosa y estará avalada por datos epidemiológicos que nunca nos han explicado, pero que podemos presuponer, porque a mayor concentración de personas más probabilidad de contagio.

Pero entonces, por qué se puede viajar en avión con el pasaje completo o en el metro atestado en hora punta. No es posible guardar la distancia física de seguridad y para contrarrestar se usa la mascarilla. La reflexión sería, por qué no podemos estar en un cine, o en un restaurante, o en cualquier otro lugar. Tenemos un problema crítico con la educación que se quiere mantener virtual, o el trabajo con distancia entre puestos y por turnos, siendo incongruente con los planteamientos anteriores de medios de transporte. No hay que bajar la guardia ante las malas compañías, pero seamos coherentes.

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