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Opinión

No me llames «persona menstruante»

Le pido a la ministra de Igualdad, a doña Irene Montero, coherencia y valentía. Y sus últimas propuestas de ley no son ni lo uno ni lo otro

Soy mujer y mi sexo sí es determinante. Me ha llevado a lo largo de la historia a discriminaciones y pérdidas que no deseo sigan viviendo las hijas de mis hijos, ni de mi hija. Negando quienes somos, olvidamos a las de antes y a las de ahora, las que por mujer fueron y son anuladas, perseguidas, violadas, vejadas, humilladas, vendidas y asesinadas. Son ellas, soy yo, somos todas, somos mujeres.

Y con ello no niego los derechos de transexuales, homosexuales, bisexuales ni heterosexuales.

Se han confundido de renglón con este embarullamiento de conceptos. No sé si por ignorancia o porque, camuflados - ellos y él, a cualquier precio-, potencian una vez más los derechos de algunos, obviando la naturaleza y la realidad.

Soy mujer, feminista, madre y abuela.

Lo primero imprescindible para poder serlo, y lo segundo compatible.

No me ha hecho menos feminista haber sido madre tres veces, al contrario, ellos, los tres, son la reafirmación de lo que me queda por hacer.

La maternidad como opción a mí sí me hace más libre, pero no es una obligación por ser mujer, sí un hecho exclusivo de nuestra naturaleza.

He criado a mis hijos, en algunos momentos «a trancas y a barrancas», con circunstancias que no siempre han ido a mi favor, pero jamás me han restado, y alguna de las manos masculinas del entorno la levantaron en mi contra, y en la de ellos.

En realidad, no me hicieron falta y no niego que sea más fácil, si voluntaria y sanamente se comparte, pero no imprescindible.

Ninguna necesidad he tenido de compartir la lactancia, ni permisos maternales de sus padres. De hecho, no entiendo por qué creemos que obligar a las empresas a ello nos favorece. Más bien considero que es una trampa a favor de lo que de momento no parece posible -que ellos den vida-.

Tengo una larga conversación pendiente con Modes Salazar y es posible que su sensatez y compromiso real con el feminismo me haga entenderlo, de momento, no.

Mis hijos no me han restado lo más mínimo de mi intensa vida laboral, ni han sido excusa para reducir mi jornada de trabajo. He vivido mi profesión en la primera línea, sin tiempo para perderlo, y muchas veces, como la letra de aquella canción de Ana Belén «asustándome ser feliz».

¡Hoy quiero serlo! Estoy convencida de merecerlo. Durante este confinamiento he viajado por muchos momentos de mi ayer, sin duda, hay muchas vidas en una. No pretendo ser engreída ni egocéntrica, pero confieso que he vivido, y ello me da cierta perspectiva en lo que escribo. Ojalá fuese Neruda en su don para escribir, y no en sus actitudes.

Con los años sí pretendo ser consecuente entre lo que pienso y el cómo vivo, pero no siempre lo consigo. Y a veces tengo nudos en la boca del estómago que me enferman, por lo que me he propuesto no silenciar mis labios. Por ello, le pido a la ministra de Igualdad, a doña Irene Montero, coherencia y valentía. Y sus últimas propuestas de ley no son ni lo uno ni lo otro. No es de justicia una Ley del Menor que no prohíba inmediatamente y con efecto retroactivo, el uso en los procesos judiciales del inexistente SAP (Síndrome de Alienación Parental), y sus perversos eufemismos, y que anteponga «al Estado» en la defensa de los hijos a las madres.

Tampoco lo es la ambigüedad con la prostitución. Y no sé a quién le corresponde cortar, por lo humano y rápido, con la sucesiva compra de vientres de mujeres y de hijos por parte de algunos famosos.

Y no es que mi religión me haga considerar maldito al dinero, es que lo maldito es considerarnos a las mujeres vasijas de los deseos de otros u otras. Y la publicidad sobre ello sí es un «efecto llamada», no la renta mínima vital.

P. D. Y vaya por delante mi apoyo a uno de mis referentes, Lidia Falcón, por mucho que muchos y algunas le cierren los medios.

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