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El fragor de la vida

Por vez primera en estos tiempos extraños, me he acercado a la oficina de una entidad bancaria para una simple gestión, y me he encontrado que las personas teníamos que pedir turno y hacer cola en la calle y, tras una hora de espera, resulta que no atendían sin cita previa. Pero cuento estas cosas, porque durante la espera, hubo alguna persona exaltada frente a la lentitud, que echaba exabruptos contra el Gobierno, contra la entidad bancaria y contra todo bicho viviente, con comentarios como que antes se vivía mejor, o que nos tratan como inmundicia etc. Pero lo peor fue cuando este mismo individuo aporreó los cristales de la puerta dando voces en queja mientras miraba a través de la nada. En cuanto una empleada salió con cara de pocos amigos, con la advertencia de que si se volvía a aporrear la puerta se avisaría a la policía.

Igual no hay que vivir escondidos, pero en esta mi primera cola tras la del supermercado, he sentido, notado con brutalidad, el odio y desconcierto general, la división que en nuestra sociedad se ha instalado frente a todos los aciagos acontecimientos que vivimos, eso sí, alimentados desde el Congreso de los Diputados por aquellos desleales que no han dado su apoyo al Gobierno de España cuando más falta nos hacía eso de: todos a una. Basta que alguien murmure ante los demás, recreándose en las desdichas que todos sufrimos, para que nuestra conciencia nos azuce sin parar. Falta muy poco para que las masas se incendien, por eso, señores diputados en la oposición, córtense un pelín, hay entre nosotros mucha miseria y necesidad, mucho descontento y decepción por haber perdido el empleo, y sus puyas constantes y resabiadas, no ayudan a la paz social. Cuidado, esto se les puede ir de las manos. Y su política corrosiva, no ayuda.

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