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Juan Carlos Padilla Estrada

Las crónicas de Don Florentino

Juan Carlos Padilla Estrada

Solo yo tengo razón

Realmente los humanos no dejan de sorprender.

-No sé porqué lo dice, don Florentino.

-Por muchas cosas, doctor Vallejo-Nájera. Pero singularmente, en esta crisis del coronavirus se ha puesto de manifiesto algo que me resulta muy llamativo, no por poco conocido.

-Usted dirá.

-He escuchado los testimonios de varias personas: A se lamenta de que los corredores callejeros no respeten las distancias de seguridad, B de que en el mercado la gente manosee las frutas; C de que nadie se tape al toser, D de que casi nadie lleva mascarilla por las calles.

-Parece razonable casi todo.

-Sí, pero si analizamos sus propias acciones, nos damos cuenta de que: A va sin mascarilla, B no respeta las distancias de seguridad, C se toca a todo momento la cara con las manos y D tose al aire libre.

-Bueno, eso significa que cada uno de ellos tiene motivos de queja con los demás. Todos sin excepción. Pero estas actitudes son habituales: Nosotros nos creemos cumplidores de las normas pero achacamos a los demás no serlo.

-En otras palabras: Percibimos que solo nosotros tenemos la razón.

-Algo así, sí.

-Fíjese que, en una encuesta realizada en plena pandemia, el 70% de los ciudadanos aseguraba cumplir escrupulosamente las normas mientras cree que solo el 6% de la población restante lo hace.

-Eso es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, algo muy español.

-No crea, amigo Florentino. En otra encuesta, realizada en el Reino Unido, los británicos aseguran que su entorno cumple rigurosamente las medidas de prevención, pero no el resto de la población: es decir, nosotros somos buenos, los demás malos. Sencillo.

-Pero eso es muy humano: Nos creemos que nuestros actos son los adecuados mientras desconfiamos de los demás.

-Quizá, y estas actitudes suelen estar vinculadas a momentos de enfado, de rabia, sobre todo cuando no identificamos bien al causante y sentimos una sensación de agravio que nos lleva a revelarnos. Y así proyectamos en los demás lo que estamos haciendo mal y no percibimos. Es un mecanismo defensivo, algo así como «si los demás lo hicieran como yo todo iría mejor». Ese es un proceso que sucede a diario, con la familia o los amigos, pero que ahora se magnifica.

-Comprendo?

-Además existe algo más que lo explica: El sesgo de correspondencia.

-¿Perdón?

-Ante un comportamiento percibido como erróneo, nos resulta más fácil justificar nuestro incumplimiento que el ajeno.

-O sea, que si no estoy de acuerdo con estar encerrado en casa me parece mejor salir a la calle yo que lo hagan los demás.

-Así es. Y la ausencia de instrucciones claras aumenta la confusión y parece que nos justificamos aun más en la desobediencia.

-Y nos comparamos con los demás.

-Eso es. Pero, además, cuando los humanos vemos a uno saltándose las normas, tendemos a creer que eso es generalizado.

-O sea que las excepciones nos llaman más la atención que la generalidad.

-Así es, en efecto. Por eso la contradicción está servida: Todos creemos ser magníficos cumplidores y que los demás son infractores.

-¿Pero tenemos razón?

-Pues verá usted, don Florentino: Si alguien piensa que es la única persona sensata de toda la pandemia, el problema no debe ser los demás. Quizá, como en todos los ámbitos de la vida, el problema esté en él mismo.

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