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La pluma y el diván

Generación muda

Somos un pueblo de lengua fácil como buenos mediterráneos. El trato con los demás es parte activa de nuestra cultura y necesitamos tanto el contacto físico como la buena oratoria para que las relaciones interpersonales sean fluidas y, sobre todo, consigan que nos encontremos mejor con nosotros mismos. En los últimos tiempos hablar se está convirtiendo en un problema derivado de diferentes frentes abiertos, por una parte, las tecnologías de la información y la comunicación y, por otra, todo lo relacionado con esta pandemia.

Las tecnologías han operado el milagro de la incomunicación oral, algo impensable por lo que en sí mismas podrían significar. Ha quedado demostrado que la generación de jóvenes entre 16 y 25 años se comunican casi exclusivamente por mensajería instantánea y redes sociales, obviando las llamadas de voz. No es extraño observar a un grupo de jóvenes, sentados en cualquier sitio, utilizando sus móviles de última generación para comunicarse con los que tienen sentados a su lado.

A este fenómeno hay que añadirle ahora las secuelas sociales de la pandemia, con el uso obligatorio de mascarillas que impiden la fluidez verbal, el distanciamiento físico y el confinamiento tan prolongado al que hemos estado sometidos. Pensemos que estas cuestiones sean provisionales y desaparezcan cuando toda esta pesadilla acabe, que seguro que acabará. Aunque todavía es pronto, esperemos que no tengamos consecuencias negativas en la comunicación cuando podamos volver a abrazarnos sin miedo y sin mascarillas.

El uso de las tecnologías se ha convertido en un problema estable en la comunicación oral. Los más jóvenes se han acostumbrado a «hablar» escribiendo y a trasmitir emociones y sentimientos mediante dibujos, fotografías o ilustraciones construidas a tal efecto. Si en principio ya somos un poco parcos en la transmisión de emociones, ahora estamos construyendo un nuevo bloque de generaciones que van a revolucionar negativamente esa transmisión. Es posible que nos hayamos cansado de hablar, sobre todo porque un joven puede pasar muchas horas utilizando su teléfono para intercambiar mensajes, cosa que mediante la palabra sería prácticamente imposible.

Para los padres es un nuevo hándicap. Un adolescente es callado en esa fase del desarrollo, pero con el uso de las tecnologías se agudiza sobremanera. Los mensajes verbales a la familia que antes eran ya de corte telegráfico, han pasado también de la oralidad a la mensajería instantánea. La expresión oral se va empobreciendo cada vez más y acertadamente podremos asegurar que estamos ante una generación muda. Algo habría que cambiar.

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