Las elecciones gallegas y vascas las ha perdido Podemos y las ha ganado el nacionalismo. Resulta evidente en el tablero vasco, donde PNV y Bildu congregan dos tercios del electorado; pero también en Galicia, donde el PP es autonomista a su modo y el Bloque se expande. Se podrá rebatir esta reflexión por el lado popular y decir que Feijóo es la derecha tradicional pura y dura pero no se puede negar que si el nacionalismo es la negación de Madrid, el campeón gallego ha revalidado su extensa mayoría con un discurso nada centralista (contra el Gobierno de la nación) y moderado (al revés del confrontativo que propugna la sede madrileña y que se ha estrellado en Euskadi con el trasnochado Iturgaiz). De Manuel Fraga decían que el Estado le cabía en la cabeza y que al final de su vida política en su cabeza solo había espacio para Galicia. Feijóo, el Fraga 2.0 de las mayorías absolutas, seguramente no disponga del amueblamiento cerebral de su paisano, pero al menos le iguala en capacidad registradora de votos. Y si hoy tiene a Galicia en la cabeza, muchas voces en el PP reclaman que el barón de barones empiece a meterse a España entre ceja y ceja mañana. Discurre con finura Errejón cuando asegura que Podemos ya no existe, que ahora es otra cosa que solo puede aspirar a la irrelevancia de IU. La estrategia de Iglesias, aplanando las Mareas y blanqueando a Bildu, se ha vuelto contra el partido morado, desaparecido del Parlamento gallego y apenas testimonial en el vasco, más partido que nunca. Pero no habrá flechas aguardándolo en el desfiladero de las Horcas Caudinas: ventajas del caudillismo bolivariano.
