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Luis Sánchez Merlo

Impresiones

Luis Sánchez-Merlo

La espiral nacionalista

Pon distinta intensidad, las recetas nacionalistas han canjeado sus fórmulas por votos que han premiado la gestión, dando la mayoría a líderes pragmáticos y moderados, con experiencia de gobierno.

Las elecciones en el País Vasco y Galicia las ha perdido el contorsionismo, la gresca perpetua y, lo que es peor, una forma anacrónica de hacer política.

En el País Vasco, el miedo al virus ha impedido un voto pródigo, de ahí la abstención del 47,2% que delata desafección.

Con la vertebración territorial aún pendiente desde la restauración de la democracia, la tolerancia de la deslealtad puede explicar el auge sostenido de los nacionalismos de diferente grado: regionalista (PP), soberanista (Bloque), pragmático (PNV) y duro (Bildu), que han vuelto a repuntar.

A pesar de su uso, en ocasiones incontinente, la mostaza retórica que desliza en cada ocasión no ha perdido su sabor.

En Euskadi, la alternativa al moderantismo táctico resulta ser Bildu, heredera del pasado, beneficiaria de la baja participación y favorecida por un adecentamiento, hermoseado por quien no debía hacerlo.

Cuando se cumplen 23 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco, los resultados del soberanismo vasco atestiguan que el tiempo adormece la memoria y ya no repugna votar a los herederos del terror.

Llegado el momento, esa mayoría abertzale en el parlamento de Vitoria, en tanto que patriotismo hegemónico cimentado en dos tercios de diputados, podría compartir un mismo objetivo: la autodeterminación, aunque los 53 parlamentarios (597.000 votos) puedan discrepar -con matices- en tiempos y medios.

Con un candidato decente y derrotado de antemano, la sociedad (limitada al País Vasco) PP-Ciudadanos ha resultado un fiasco, que hará repensar sobre el España Suma, a no tardar en Cataluña. Habrá quien se pregunte si las reservas ciudadanas al Concierto no habrán pesado en la pérdida de la mitad de los escaños populares.

Claro que más sonoro ha sido que la derecha cortoplacista haya preferido refugiarse en la estabilidad que le ofrece el PNV dejando de lado su ideología y sus manuales morales.

En Galicia, para afrontar una macedonia de formaciones, el ganador ha buscado la superación de sus propias siglas, elaborando un discurso templado y acercándose a los que no eran sus feligreses.

Con la victoria y explicación a posteriori de la fórmula, se ha reconciliado con quienes veían apostasía en su recetario, hasta convertirse en el principal activo popular.

El método le ha salido redondo. A base de hacer una campaña personalista, con estrategia propia (moderación, pactismo, diálogo, galleguismo) al margen de las directrices madrileñas, el barón por antonomasia («A lo que me debo absolutamente es a Galicia; es mi compromiso público y notorio»), lo ha dejado claro.

La alternativa al ganador es otra formación con altibajos y raíces soberanistas, en esta ocasión con una candidata que aboga por el nacionalismo templado que la convierte en la segura oposición al gobierno popular.

El partido socialista, dispuesto a gobernar con quien fuera preciso con tal de desalojar al inquilino del palacio de Monte Pío, renunció a ser una alternativa, propia y definida, al volver a repetir la estrategia de convivencia subrogada con los nacionalistas. Una fórmula que le convierte en apéndice subsidiario en cualquier territorio en que lo intente.

Parte de sus potenciales votos han engordado las alforjas nacionalistas (Bildu y Bloque Nacionalista Galego), lo que viene a corroborar que del poder se acaban apropiando los auténticos, en tanto que los raquíticos resultados conducen a los sucedáneos a retroceder cada vez.

Lo que un articulista perjuro llamaría national mortification aboca así a una disparatada solución: satisfacer las aspiraciones nacionalistas que, intrínsecamente, no tienen límite.

La dignificación de quienes cuestionan cinco siglos de conllevanza acarrea: la sanción moral de toda presencia del Estado y de sus símbolos, la alergia a la bandera constitucional, dominios de Internet, matrículas de coches, sistemas operativos, codificación de informes médicos y la evitación del uso de la palabra España, sustituida por país o Estado español.

Si a ello se añade que, desde los albores de la Transición, el gobierno de turno ha privilegiado a quienes -vascos y catalanes- se han apropiado de un exclusivismo político en las relaciones con Madrid, habremos conseguido desentrañar por qué ese repunte continuado del nacionalismo.

La condescendencia no ha enervado la utilización de esos cuadernillos con falsos agravios que les hacen invencibles en casa. Más bien, consolida el formato de partido-régimen al que no afecta nada de lo malo que pueda pasar, acicala la desobediencia recalcitrante del fervor independentista y consiente, con resignación, el objetivo último: la erosión del marco de convivencia, incluida la forma de Estado.

La coalición progresista PSOE-Podemos se ha estrellado, perdiendo 17 escaños ¿consecuencia de su gestión de la pandemia o hay otras causas? La autocrítica de los perdedores permitirá aclarar esta cuestión, pero los señalamientos a periodistas, castigos a disidentes, caceroladas y boicoteos no habrían sido los mejores compañeros de viaje del populismo de izquierda que han dicho adiós a las Mareas y sufrido un revolcón en el País Vasco. ¿La izquierda española ya no tiene futuro sin el nacionalismo?

Un líder de izquierdas, convertido en propietario de un partido, con un discurso que pretende moral, y una contradicción in terminis entre discurso y conducta privada. Al jugar en el campo nacionalista legitima y fortalece a aquel que no tiene que realizar contorsiones. Como apostilla Arcadi Espada: «Iban al cielo, pero han tocado techo».

La espiral nacionalista es un mecanismo de adaptación de quienes tienden a ocultar sus opiniones en un grupo o contexto social al adecuar su comportamiento a las ideas predominantes en su entorno. Esto implica callar o fundirse entre 'la mayoría' por miedo a ser aislados, estigmatizados o reprimidos por la masa hegemónica.

La no adscripción a las tesis nacionalistas perjudica al templado regionalismo que, salvo en el caso de Galicia, pierde posiciones, como atestiguan los resultados electorales.

Aunque los resultados no son extrapolables a la política nacional, hasta que no aprendamos a comprometernos civilmente unos con otros a pesar de los desacuerdos, no conseguiremos vertebrar la nación.

Pathei matos. En el sufrimiento aprendemos.

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