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Juan Tapia

Nuestro mundo es el mundo

Joan Tapia

Somos... pero frágiles

El jueves el homenaje de Estado a las más de 28.000 víctimas del coronavirus demostró alguna cosa. Que España es país democrático y que pese a los graves problemas de los últimos años somos capaces de reaccionar con dignidad e incluso bastante unidad. Somos.

El acto, presidido por Felipe VI, reunió al Gobierno, a los líderes políticos, a los expresidentes, a las altas instituciones del Estado, a representantes de la sociedad civil y de confesiones religiosas y -lo último, pero no lo último- a los presidentes de las 17 comunidades autónomas. Y la presencia del catalán Quim Torra, es indicativa de que, a veces, no todos los sentimientos se resumen en el discurso de combate.

Además, el rápido viaje de los presidentes de las tres grandes instituciones de la UE -el del Consejo, Charles Michel, la de la Comisión, Ursula von den Leyden, y el del Parlamento, Mario Sassoli- atestigua que somos (también) parte de Europa. Viaje significativo por ser en la víspera de una cumbre europea que se preveía tensa.

El jueves las regiones y las nacionalidades (término constitucional) que forman España estuvieron a la altura. Pero el éxito no oculta la espesa niebla que nos envuelve. Somos, pero somos frágiles. Y tendemos a olvidar que una cierta unidad y una razonable cohesión son obligatorias para transitar la senda que nos haga salir de las muchas brumas que nos envuelven. Una, celebramos el funeral poco después del fin del estado de alarma pero surgen nuevos brotes que indican no sólo que la pandemia no ha desaparecido sino nuestras limitaciones -de los gobiernos y de los ciudadanos- para afrontarla.

Otra bruma, la de la Jefatura del Estado. No se si España es monárquica o republicana. Supongo que va por barrios. Pero aquel Juan Carlos I -que Santiago Carrillo calificó un día como El Breve- se ganó el respeto ciudadano siendo uno de los motores del tránsito a la democracia y con su comportamiento ante el intento de golpe militar de Tejero. Ahora los escándalos lo han cambiado todo. Y -diga lo que diga la Constitución- tengo la impresión de que Felipe VI -como en su día su padre- tiene ante si el reto de ganarse la confianza ciudadana. La monarquía es compatible con la democracia -ahí están Suecia y Dinamarca, países socialdemócratas (y hoy «frugales»)- pero eso exige imagen de honradez -Felipe VI ha dado pasos al marcar distancias con algunos familiares- e inteligencia política para no hacer política. Mejor dicho, hacerla sólo institucional e integradora. Y el medio agujero catalán está ahí.

Tenemos también la tempestad económica, originada en todo el mundo por la pandemia cuando España todavía no se había recuperado de la crisis del 2008 y de las fracturas sociales que agravó. Este año la economía se va a contraer un 10%, el paro subirá al 20%, lo que será penoso pese a que en la crisis anterior llegamos al 26%, el déficit del Estado puede alcanzar el 12% y la deuda pública superar el 115%. Los próximos 12 meses serán muy duros pese a las ayudas europeas y al BCE.

Y afrontamos esta tormenta con el paraguas averiado de una doble crisis de gobernabilidad. Un gobierno sin mayoría parlamentaria y una relación execrable entre los dos grandes partidos. No pasa ni en Alemania, ni en Francia, ni en Gran Bretaña (pese al Brexit), ni incluso en Italia.

El gobierno Sánchez es hoy el único posible, pero tiene ante sí el Everest de los presupuestos. Ha dado muestras de flexibilidad, pero necesita ampliar la mayoría. Y que Nadia Calviño no presida el Eurogrupo no afectará a la política económica (sería suicida), pero si priva al Gobierno de la plena consagración europea que le convendría mucho para hacer mas llevadera ante la opinión conservadora y la derecha económica (la política le quiere triturar) la coalición con Podemos.

Sánchez debe subir su Everest. Pablo Casado tiene desafíos peores. Fue elegido líder del PP hace dos años, ha perdido dos elecciones generales y en las últimas cayó a 89 escaños por la irrupción de Vox. Ha aguantado porque los pactos con Vox y Cs le han dado al PP Andalucía y le han permitido mantener Madrid, la joya de la Corona. Pero Madrid cojea mucho. Y en las elecciones vascas su pupilo Carlos Iturgaiz, con discurso «cayetano», se ha hundido mientras que Alberto Núñez Feijóo ha tenido un brillante resultado (cuarta mayoría absoluta). Sí, Feijóo es del PP, pero encarna el discurso moderado de una derecha calculadora (a no confundir con cobarde). ¿Podrá Casado reencarnarse y sobrevivir, o la derecha pragmática tendrá que esperar al rapto del gallego por las luces y el marisco de Madrid?

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