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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

¡Fuera máscaras!

Es una broma que quienes llamaron «pigs» (cerdos en inglés) por la inicial del nombre de sus países (Portugal Italia, Grecia y España) llamen ahora «frugales» a países que no son sólo cicateros, sino abiertamente insolidarios con sus socios.

Países como, por ejemplo, Holanda, donde, al igual que ocurre en Irlanda, han registrado su sede las grandes tecnológicas y otras multinacionales para eludir «legalmente» el pago de impuestos en los países donde obtienen sus ganancias.

No deja de ser un escarnio que se permita la existencia no ya en el lejano Caribe sino en el seno mismo de la Unión Europea la existencia de tales paraísos fiscales, de tamaña competencia desleal por parte de algunos de sus miembros.

Por parte precisamente de gobernantes como los holandeses que se permiten decir que los del Sur gastan el dinero que se les presta prácticamente en vino y mujeres y que ahora quieren imponerles lo que llaman eufemísticamente «reformas» y que equivalen a profundizar en el desmontaje de sus sistemas sociales.

Hay quien atribuye esa actitud de los del norte a la moral calvinista frente a la más laxa del mundo católico, pero hay también una gran dosis de racismo en ese desprecio hacia la gente de piel por lo general algo más oscura que la suya.

Ahora han logrado colocar al frente del Eurogrupo a uno de los suyos, el ministro de Economía de un país, sin embargo, católico como es Irlanda, ése que la prensa anglosajona llamaba el «tigre celta» por su rápido crecimiento gracias tanto a la eliminación de trabas burocráticas y la apertura económica como al ridículo impuesto de sociedades.

Conviene no hacerse demasiadas ilusiones al respecto: la Unión Europea es un proyecto neoliberal atemperado por medidas sociales que han estado sometidas a recortes cada vez más drásticos del estado bienestar desde la caída del muro de Berlín, cuando dejó de haber un rival ideológico.

Con la llegada de la Tercera Vía, la del británico Tony Blair o el alemán Gerhard Schroeder, la socialdemocracia europea ha asumido progresivamente el modelo de competencia frente a solidaridad impulsado en su día por la líder conservadora británica Margaret Thatcher.

No olvidemos que la Dama de Hierro presumía de que el líder laborista había sido su mejor discípulo. La llamada colaboración público/privada, impulsada por Blair e imitada también entre nosotros sobre todo por el Partido Popular, pero también por los socialistas, ha sido un enorme oportunidad de lucro privado para algunos.

Como botón de muestra, lo ocurrido en la sanidad madrileña durante los sucesivos gobiernos del PP, en la que ese tipo de colaboración se ha convertido en un enorme negocio en el que han intervenido desde constructores beneficiados por el franquismo hasta toda suerte de fondos buitre, muy activos también en el sector de la vivienda.

Grupos proveedores de servicios médicos como el alemán de Fresenius, con importantes negocios también en España, que tuvo que pagar en EE UU una multa de 231 millones de dólares tras ser acusada de sobornos en distintos países, entre ellos el nuestro.

El resultado lo hemos visto en esta pandemia, que si algo de positivo ha tenido es el hecho de poner a la luz los fallos de un sistema económico que sólo busca solamente el lucro privado a costa del bienestar general de los ciudadanos.

No es casualidad que también en España haya crecido gracias a las últimas crisis, la de la pandemia incluida, el número de millonarios. Hace poco leíamos la noticia de que multimillonarios norteamericanos se declaraban dispuestos a pagar más impuestos que el que se les exigía legalmente.

Que sean ellos mismos quienes denuncian la profunda injusticia del actual sistema tiene bemoles. ¿Qué hacen los gobiernos, socialdemócratas incluidos? ¿Por qué se tolera un sistema fiscal que grava más el trabajo que el capital? Ya está bien de eufemismos y huera retórica ¡Fuera máscaras!

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