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Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

Los okupas y las okupas

Tengo para mí que el populismo de extrema izquierda que en su día impuso Podemos -hoy Unidas Podemos y mañana, quizá, Unidas con vuElve Podemos- se ha basado, hábilmente, en frases cortas, eslóganes contundentes, discursos provocadores, ideario simple, acción directa e imágenes explícitas, como hizo el maestro de la demagogia comunicativa del Tercer Reich Joseph Goebbels. Todo muy fácil de digerir, de incorporar al disco duro, porque iba y va dirigido a personas, en su inmensa mayoría, con perezosa capacidad de análisis, de serena reflexión, de realismo adulto. Personas muy simples en los diagnósticos que emiten y muy radicales en las soluciones que recetan. Una progresía afectada por el síndrome de Peter Pan que se niega a crecer en las sociedades adultas, complejas, dinámicas y diversas que les ha tocado vivir. Un lujo que solo se pueden permitir los jóvenes ultraizquierdistas que viven cómodamente en España, en países ricos. Les gustan, aplauden y defienden vehementemente países como Irán, Venezuela, Nicaragua, Cuba y otros paraísos comunistas y populistas, pero todos y todas viven aquí, en Europa, en España, en las democracias capitalistas que tanto odian.

Estamos hablando de un fragmento de sociedad «pluriprogresista» compuesto en gran medida por personas que jamás han trabajado de verdad, que no se han ajustado a un rígido horario laboral, que no han fichado nunca a las seis de la mañana ni han terminado una dura jornada de trabajo al caer la noche, día tras día, haga frío o calor. Un fragmento de sociedad para la que el reto del esfuerzo, los méritos, el dolor, el sacrificio, la disciplina y la responsabilidad no suponen otra cosa que la perpetuación del sistema de clases, la consolidación del esclavo capitalismo, la explotación del pueblo, el fortalecimiento del heteropatriarcado (en perspectiva de género). Si preguntas en sus círculos de confort, en su epidermis formativa, el currículum es mágicamente similar: son activistas sociales, activistas políticos, activistas culturales, activistas animalistas, activistas medioambientales -todos y todas sin fronteras-, miembros y miembras de tal o cual observatorio, o militantes de las decenas de miles de ONGs que viven de las democracias occidentales plácidamente mecidas por subvenciones públicas o por la buena fe ciudadana.

Si van a la Universidad -muchos y muchas lo hacen- prefieren dar clases con los Pablo Iglesias de turno conscientes de que en ese caso no hay que estudiar, sino militar, no hay que esforzarse, sino ideologizarse, no hay disciplina, sino anarquía, acomodados en una suerte de huelga general continua. Cuanta más huelga mejor nota. Sus clases prácticas, tantas veces documentadas en imágenes impagables, se alimentan de performances consistentes en profanar iglesias católicas (nunca lo harían con mezquitas), impedir violentamente, a base de escraches de jarabe democrático, que otras personas puedan dar una conferencia o asistir a actos universitarios porque no son de extrema izquierda, o de coacciones directas, físicas, a los alumnos y alumnas que sí quieren asistir a la Facultad para estudiar y formarse. Muchos y muchas de ellos y ellas jamás han acabado o acabarán la carrera pagada por sus papás y mamás o por los impuestos de los pringaos, de ahí que sus currículums digan «realizó estudios de tal o cual disciplina», pero no los concluyen.

Cuando ya se han aburrido, si consiguen algún trabajo «convencional», ingresan inmediatamente en el selecto club de los liberados sindicales o forman parte de esa escalofriante cifra del absentismo laboral que asola España. De lo contrario, que es la opción preferida, siguen siendo eternamente adolescentes (les cuesta mucho crecer, como a Peter Pan) y comienzan a engrosar las filas del activismo ultraizquierdista o del progresismo de salón, en partidos políticos, observatorios, plataformas, ONGs, redes sociales, medios digitales y otras canonjías generalmente subvencionadas. Y ya de mayores, tras su carrera política con mejor o peor fortuna, las más espabiladas y espabilados gustan jubilarse en algún chiringuito de la ONU, la UNESCO, la OMS y cualquier otro Fondo o foro Internacional para el desarrollo del Tercer Mundo al grito de «África será con las mujeres o no será». Luego se van a vivir a espléndidas ciudades occidentales gozando de sabrosos estipendios y mejor confort. Pobre África, me temo que si depende de ellas y ellos no será.

Desde estas formaciones de ultraizquierda no solo se ha fomentado el movimiento okupa de pisos, casas y chalets (cuando okupan chalets están imitando al chalet de lujo que como mejor solución habitacional han adoptado los políticos de extrema izquierda anticasta) aprovechando que España no castiga la okupación, algo incomprensible en Europa, sino que se ha fomentado el movimiento okupa de las ideas, la cultura, les medios de comunicación, las tuerkas ideológicas, las redes sociales y ciertos reductos de la Universidad. Merced a todo ello (aprovechando que Zapatero y Sánchez miraban hacia otro lado y con la impagable ayuda del separatismo), se han instalado en la intolerancia, el dogmatismo, el fanatismo y la crispación trayendo de nuevo al escenario español el dolor cainita que la sociedad había superado con la Transición. Los okupas y las okupas de que les hablo empiezan con casas abandonadas, continúan con pisos en los que sus dueños están ausentes, pasan a los chalets con piscina y acaban okupando nuestras vidas, nuestras ideas y nuestra libertad hasta desalojarnos definitivamente del edificio que construimos entre todos, la democracia. Les recomiendo que instalen alarmas. A más ver.

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