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Imposible resistirse

Ellos y la inseparable peña concluyeron que, a diferencia de otros destinos, todo gira alrededor de que los visitantes se lo pasen pipa

Nunca me sentí envuelto por el potente imán benidormí y, claro, yo me lo busqué. El especialista de un área, capaz de hacerse con un caudal de fuentes en una parcela cerrada a cal y canto para el radar ciudadano, lanzó un ultimátum: «O me voy a Benidorm o me voy a Benidorm». Y antes de perder a un elemento puntero a la hora de desabrochar a sectores claves para que se abran, el que se abrió fue él y se empadronó en el sitio donde quería que, informativamente en la década de los noventa, tampoco resultó manco. Así fui enterándome de lo que vale de un peine.

Poco más tarde, mis cuñados Aurelia y Sabino, que con su temple cohesionan al resto de mortales y que a lomos del Imserso fueron dejándose caer por el norte, el sur y las islas, pillaron plaza en el lugar de nacimiento artístico de Julio Iglesias sin demasiado convencimiento, de modo que repitieron. Ellos y la inseparable peña concluyeron que, a diferencia de otros destinos, todo gira alrededor de que los visitantes se lo pasen pipa. Y, tantos años después, Julio tampoco puede quejarse.

Este solo es el aperitivo de lo que se me vino encima. Poco a poco fue ganando terreno que, el tantas veces denostado modelo urbanístico de rescacielos a tutiplén, es el ideal para combatir la ristra de males con la que acecha el desarrollo cuando es desconsiderado. O sea que, de esa urbe tildada de adefesio, habíamos pasado a un espejo en el que mirarse. Y, bueno, no me resistí. Le pregunté a uno de sus pregoneros y, nada, atrevesamos la avenida y comprobamos que la playa está más cuidada que la mayoría de centros históricos. En el pequeño hotel familiar nos atendieron y comimos como Dios con un balance calidad/precio... Ahí fue donde el primogénito vio en Foietes que el bitelmaníaco de su padre se sabía todas las de los Stones, la única vez quizá que esa cara desprendió un aroma a ¡uy!, el viejo es un máquina. Y, en el anhelo de que la fiebre de ocio nocturno se apacigue, aquí estoy a la espera de que el espigón neoyorkino del Mediterráneo recobre toda su luz. Será la señal.

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